Pinar del Río (Cuba), 3 jun (EFE).- Yanara Díaz tiene 40 años, pero se ha desgastado física y mentalmente en el último año por los apagones, que la tienen “en jaque”, sin dormir cuando llega de madrugada la corriente para acopiar agua, lavar o “adelantar” la comida en su casa.
“Si la luz viene en la madrugada tengo que levantarme a hacer las cosas de la casa porque mi esposo no puede”, asegura a EFE esta joven que vive con su pareja, Gerardo, y su niña de cuatro años en una casita al borde de la carretera que conecta Pinar del Río y Viñales (oeste).
La crisis energética está pasando una elevada factura a los cubanos desde mediados del año pasado, con apagones de más de 20 horas diarias en amplias regiones del país. Pero los expertos consideran que las mujeres sufren aquí una doble carga, al encargarse en gran medida de los cuidados y las tareas del hogar.
Antes de poner arroz, frijoles negros y un pedazo de pollo a cocinar “aprovechando que hay luz”, esta madre cubana se seca el sudor en la cara y reza para que le dé tiempo a “poner una tanda de ropa a lavar”.
Llevaban 22 horas sin fluido eléctrico cuando, sin previo aviso, llega el fluido eléctrico al mediodía. “Es un milagro. Pero no te creas: esto dura sólo tres o cuatro horas como máximo al día y no te la ponen más hasta mañana o cuando ellos entiendan”, explica.
“No puedo trabajar porque, ¿en qué tiempo atiendo la casa? Tiene que haber alguien siempre esperando a que venga la luz. Tampoco hay agua porque sin luz no se puede bombear, y el gas (licuado para cocinar) se desapareció”, afirma Yanara, quien dejó su trabajo en una cafetería para dedicarse por completo a su casa.
Los apagones se hacen aún más penosos con el intenso calor húmedo del verano caribeño. “El agua no llega a congelarse (enfriarse) y las noches son difíciles, abanicando a la niña y dándole sillón para que duerma algo”, refiere. Por esas «malas noches» también dejó de llevar a su pequeña al círculo infantil (guardería estatal).
Desgaste

El ajetreo cuando regresa la electricidad contagia también al esposo de Yanara, que aprovecha para moldear pequeños pedazos de cabillas calientes y convertirlas en herraduras para caballos. Este “trabajito” le da para llegar a fin de mes y lo compagina con su jornada diaria en el campo.
Gerardo machaca con fuerza las cabillas calientes que saca de una parrilla hecha con lo que una vez fue la parte de arriba de un ventilador. Como ahora tiene electricidad, trabaja con un aparato viejo apilado entre palos de madera que le ayudan a darle forma al hierro. Cuando no hay, usa carbón.
“Un saco (de carbón) cuesta 1.500 pesos cubanos (unos 4 dólares al cambio de la calle) y es el mismo para cocinar”, cuenta Yanara angustiada porque teme que no le dé tiempo a tener su casa limpia y la comida hecha.
El Gobierno cubano dice que las constantes averías en las centrales térmicas con años acumulados de explotación, la falta de combustible -y de divisas para importarlo- son las principales causas de los prolongados y frecuentes apagones que lastran a millones de cubanos en todo el país.
En ese escenario, explica a EFE la abogada feminista Alina Herrera, “las mujeres reciben el peor impacto debido a los roles tradicionales de género en los que ellas asumen el llamado trabajo doméstico o trabajo no remunerado del hogar y de cuidados”.
“Cuando hay cortes de luz se obstaculiza la fluidez de la vida cotidiana y empeora ese trabajo asumido por las mujeres de cocinar, fregar, lavar, atender a los niños o ancianos. Ello se debe también a que en Cuba todavía hay una brecha grande en cuanto a la división del trabajo”, según la experta.
Herrera agrega que “todavía son los varones los que llegan y ya tienen que tener la comida lista, la ropa lavada,… Con 19 horas de apagón, ¿cómo recolectas agua para lavar?, ¿cómo pones a funcionar la lavadora? Entonces muchas veces (las mujeres) terminan lavando a mano o cargando agua en cubos”.
Eso lo sabe Yanara, para quien es algo «normal» esta situación: «Si Gerardo madruga, no puede ayudarme con las cosas de la casa, por lo que todo recae sobre mí».
«Del calor ni hablar”, interrumpe él antes de tomarse un trago de vodka caliente en medio del sol que quema cada espacio de la humilde casa que ambos comparten.
Laura Bécquer
