La «luz» de Nevenka Fernández emerge para narrar el «asesinato psicológico» del acoso

Imagen de archivo de Nevenka Fernández. . EFE/ Kiko Huesca

Madrid, 13 sep (EFE).- Nevenka Fernández describe el acoso como un «asesinato psicológico». A ella, la convirtió en una extraña «que estuvo a punto de saltar al vacío, de dejarse matar o morir», pero su «luz» venció y emerge ahora en forma de libro para narrar en primera persona el horror y así ayudar a otras víctimas.

Fernández acaba de publicar ‘El poder de la verdad’ (Ediciones B), «un puzle de recuerdos, vivencias y reflexiones que, unidos, intentan acercarse a la experiencia del acoso y de sus consecuencias».

«Me gustaría ayudar a todas esas personas que han sufrido ese terrible asesinato psicológico que es el acoso para que sepan que no están locas y que no están solas. Que no son culpables. (…) Deseaba decirles que es posible salir de la miseria, que el trauma no nos define, que hay luz siempre detrás de las tinieblas», explica en el libro.

La lectura no es sencilla, el libro «nació de un lugar oscuro». La autora fue la primera víctima que denunció por acoso a un político, Ismael Álvarez, durante su etapa como alcalde de Ponferrada (León), donde ella ocupaba la concejalía de Hacienda. Nevenka ganó el caso en los tribunales. Sin embargo, las huellas del trauma y el rechazo social la llevaron a renunciar a su propio nombre, la obligaron a abandonar su país y a enterrar una parte de sí misma.

Miedo, rabia, vergüenza y culpa son algunas de las palabras que más repite en el libro, en el que describe en primera persona los perversos mecanismos del acosador, las tremendas consecuencias físicas y psicológicas del acoso y su lucha titánica por sobrevivir, primero, y por sanar después.

«Se habían roto mis propios límites mentales. No me sentía como un ser humano, sino como un ser destrozado, un perro al que han apaleado sin parar hasta que ya es incapaz de levantarse», refiere.

«Aquella Nevenka, la que había reivindicado su nombre denunciando a su abusador, tras ganar el juicio se volvió pequeñita, casi invisible; se marchó del país, regresó al silencio y renunció a su nombre durante 20 años», añade.

«Ya no era nadie»

Primero en Reino Unido y después en Irlanda, Nevenka pasó a ser Nev y a vivir una vida anglófona, porque hasta su lengua materna le producía rechazo, «un rechazo profundo e inconsciente» con el país que la había visto nacer y que la «condenó». Lejos de todo.

Casi veinte años después, a raíz del #MeToo y de las multitudinarias marchas feministas en España, que sirvieron de «catarsis» y la ayudaron a sentirse validada, empezó a sentir la necesidad de escribir su historia pensando en otras que no pudieran hablar, convencida del poder sanador de la verdad y de no sentirse sola.

Para ello describe el proceso del acoso.

«El goteo de malas intenciones empezó pronto: las acciones aparentemente anodinas, disfrazadas a veces de casualidades y otras sin disfraz, dirigidas a aislarme y a marginarme, el sometimiento a un régimen de presión psicológica, laboral y sexual tan sutil como brutal, aceptado por el entorno que miraba hacia otro lado y lo consentía. Igual que a la presa que se le da caza, casi no salgo viva», detalla.

«Un día, sumida en el miedo, llena de culpa y vergüenza, destrozada mi salud mental y mi identidad, me miré al espejo y pensé que no sabía quién era. Ya no era nadie», continúa en su relato.

Lo más duro, sin embargo, no fue aquella «violencia psicológica extrema», sino el rechazo social, el estigma que intentaba culpar a la víctima en lugar de al verdugo.

«La indefensión de las personas maltratadas se mantiene en la creencia de que algo hemos hecho. Nosotras, las personas atacadas, violadas, humilladas, somos facilonas, busconas, caraduras, débiles o malvadas. Esto fue lo que la sociedad entera pensó de Nevenka. Y esto fue lo que Nevenka pensó de sí misma también durante mucho tiempo», denuncia.

Ya no. Gracias a la terapia, vislumbró las estrategias con las que intentaron aniquilarla y la llevaron a convertirse en «una sombra», pero ella pudo «cruzar la oscuridad».

«El miedo no se va si no podemos mirarlo de frente. Si no lo podemos expresar, volverá para buscarnos. Yo miré al miedo y salí de él. Y le vencí». El libro que acaba de publicar así lo atestigua. EFE

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