La ópera prima de Céspedes (Chile) en Cannes: los mitos del VIH y las que no sobrevivieron

El chileno Diego Céspedes, director y guionista de 'La Misteriosa Mirada del Flamenco', durante una entrevista con EFE, este jueves, 15 de mayo, en Cannes (Francia). EFE/Edgar Sapiña

Cannes (Francia), 15 may (EFE).- “Para mí es una reivindicación de todas esas compañeras que no pudieron hablar en esa época, de todas esas compañeras que murieron”, afirma una emocionada Paula Dinamarca sobre su papel en ‘La misteriosa mirada del flamenco’, la ópera prima del chileno Diego Céspedes que compite en la sección Una cierta mirada del prestigioso festival de cine de Cannes.

Matías Catalán y Paula Dinamarca, protagonistas de la película 'La Misteriosa Mirada, durante una entrevista con EFE, este jueves, 15 de mayo, en Cannes (Francia). EFE/Edgar Sapiña

Estrenado este jueves en la Costa Azul francesa, el primer largometraje de Céspedes -que cuenta con coproducción española- es un western ‘queer’ atravesado por elementos mágicos que transcurre en un pueblo minero del norte de Chile.

Allí, un grupo de mujeres trans han formado una pequeña familia y adoptado a una niña abandonada. Pero la comunidad y los mineros las miran con terror debido a la leyenda de que enamoran a los hombres y les transmiten, simplemente con la mirada, una misteriosa enfermedad.

Es el Chile de los años ochenta y la epidemia del sida se expande por el mundo, pero allí nadie sabe ponerle nombre.

“Yo crecí con un terror a lo que era el sida que era muy grande”, explica a EFE Céspedes este jueves, quien con solo 30 años suma ya su segunda participación en Cannes, tras su exitoso paso por el festival en 2018 con el cortometraje ‘El verano del león eléctrico’, que ganó el Gran Premio de la sección Cinefondation.

En concreto, Céspedes cuenta que, cuando él era pequeño, sus padres montaron una peluquería en los suburbios de Santiago de Chile, donde siempre han vivido, donde trabajaban chicos gays de la zona.

“Todos murieron de sida”, recuerda el director, y por eso las historias que le contaba su madre de niño eran las de una “enfermedad terrorífica que se te pegaba y te mataba enseguida”.

No fue hasta más tarde -una vez que él mismo salió del armario y conoció a más “personas maravillosas” de la comunidad LGTBI- cuando pudo ir deshaciéndose de esos prejuicios y entendiendo la enfermedad, explica Céspedes.

De ahí sale, en gran medida, la inspiración para su fascinante ‘La misteriosa mirada del flamenco’, si bien para el joven cineasta el verdadero tema de la película no es el sida, sino la creación de una familia elegida, que aunque no sea de sangre se apoya para sobrevivir y darse ternura.

En esa familia, el personaje de Paula Dinamarca, Mama Boa, es una especie de madre que cuida de todas, incluida la bella Flamenco, a la que interpreta Matías Catalán, y la niña abandonada Lidia (Tamara Cortes), que con 12 años busca la verdad entre la niebla de prejuicios y mitos de las que son objeto.

“Ha sido mi desafío más grande como actor. Creo que nunca pensé en que me iba a tener que enfrentar a algo así tan pronto”, explica el joven Catalán, quien lleva el peso del drama del filme, pero también de momentos llenos de emoción a los que pone banda sonora la música de Rocío Jurado.

“A mí me encanta la música de señora”, comenta entre risas, con la plena aprobación de sus compañeros de equipo.

Dinamarca, por su parte, asegura que se inspiró en su abuela para crear a Mama Boa y que, en ese sentido, el papel es un homenaje.

Pero lo que ella siente, a los 47 años, es sobre todo que ha logrado vencer a sus propios demonios y lo aprovecha al reivindicar a otras trans que no sobrevivieron, que cayeron víctimas del sida o de la violencia.

“Yo no tengo la culpa de nada ni soy víctima de nadie, pero el sistema me lo hizo creer durante mucho tiempo”, explica la actriz chilena.

“A todo aquel que en mi pasado me pisoteó, me subestimo y me miró por encima del hombro, como que si yo fuera una doña nadie, mira dónde está la doña”, agrega con un orgullo bien merecido, tras haberse visto en las enormes pantallas del Palacio de Festivales de Cannes.

Nerea González