Quito, 18 sep (EFE).- Los orígenes pictóricos del artista ecuatoriano Miguel Betancourt con acuarelas sepia de puertas viejas, ventanales y muros silenciosos contrastan con la explosión de color y nuevas texturas que caracteriza su arte tras 40 años de carrera, plasmados en obras que ahora se exhiben en la exposición ‘Palingenesia’, inaugurada en Quito.
El nombre de la exposición evoca un renacer que permite contrastar unos inicios melancólicos con un arte más maduro y reflexivo en términos pictóricos, en el que Betancourt conjuga conocimientos, lecturas, viajes e influencias, como las que encontró en el francés Henri Matisse para el uso del color, o en el español Diego Velázquez, del que el ecuatoriano reinterpretó Las Meninas, con su peculiar estilo, colores andinos y mezcla de materiales.
«Siempre quise expresarme sobre texturas, de ahí que con frecuencia he utilizado tablas viejas, costales (sacos), tierra, arena…» e incluso el bahareque (pared de carrizo), dijo a EFE junto a la obra ‘Rayuela equinoccial’, que combina varios de esos elementos con la figura poética del sol negro de la poesía del mexicano Octavio Paz.
Esa obra conjuga arcilla, arena, su firma hecha con clavo sobre la argamasa fresca, todo pegado sobre carrizo, explicó el artista, un amante del reciclaje, al que le fascina el yute por el color y la agudeza del textil, del que incluso rescata palabras entrecortadas, algunas de las cuales configuran los títulos de sus obras.
Con los mencionados elementos ha dado cuerpo a obras de vibrantes colores que dan forma casas, rostros, iglesias, árboles sobre lienzos o yute, sobre los que ha pegado trozos de madera pintados.
La exposición en la Alianza Francesa de Quito resume unas siete secuencias desarrolladas por Betancourt, nacido en 1958 y que tiene medio centenar de exposiciones individuales en Europa, Asia y América, y un número superior en colectivas.
El crecimiento artístico de Betancourt trasciende lo pictórico y se desliza hacia lo arquitectónico: ha rescatado el bahareque de casas antiguas como contrapunto no solo a la sutileza de las acuarelas, sino como alerta ante la prevalencia del cemento en las construcciones.
«He tenido que investigar, recolectar carrizos algunos de ellos centenarios de casas derruidas, he investigado las arcillas, la argamasa…», relató orgulloso de haber logrado ahora producir obras de «bastantes kilos» por el uso de distintos materiales.
Territorio, vida y memoria a color

En la obra de Betancourt, el color no es mero adorno, es protagonista: es vida, memoria y territorio.
Con una paleta vibrante, marcada por azules intensos, naranjas encendidos y rojos profundos, el artista reconoce también como fuentes de inspiración a los textiles prehispánicos y a la exuberancia «de alto contraste» que lo circunda.
«A ratos soy bastante explosivo y me remito a estas experiencias porque el cuadro también transmite las experiencias y esencias que he visto en diferentes partes», relató el pintor que ha encontrado así su peculiar forma de narrar lo ancestral desde lo contemporáneo, y de interpretar la biodiversidad en cuadros de gran formato.
De 140 x 190 centímetros, la obra ‘El espíritu del árbol’ ocupa un lugar privilegiado en la exposición, que se extenderá hasta el 25 de octubre, y en la que Betancourt hace una oda al cacao, «que ahora es el producto de oro del país», y por una reciente investigación que ubicó la evidencia más antigua de domesticación del cacao en la Amazonía ecuatoriana hace 5.500 años.
«Esta actitud es una manera de no anquilosarse. El artista tiene que actualizarse continuamente, y también evocar temas que son contemporáneos» en una «vida siempre cambiante», explicó.
Para Humberto Montero, curador de la muestra, ‘Palingenesia’ es «volver siempre al origen, rasgando en la memoria para revivir el punto inicial del primer Betancourt singularizado en cada trazo. Una acción continua que reafirma el flujo ininterrumpido de una identidad pictórica siempre indivisible», mientras que para Betancourt es «volver a nacer espiritual y pictóricamente». EFE
Susana Madera
