Madrid, 23 sep (EFE).- Salvar especies y salvar animales no es lo mismo: en ocasiones, hay que sacrificar a un individuo para beneficiar al conjunto. Se trata de la ‘eutanasia de gestión poblacional’, una vieja práctica que no termina de poner de acuerdo a los parques zoológicos europeos, cuya asociación, EAZA, la tiene «permanente en la agenda, sin llegar a un punto final de entendimiento».
«Todos comprendemos por qué se debe hacer, pero en el norte de Europa se asume como parte del compromiso con la conservación y en el sur, por el vínculo emocional con los animales, cada caso se vive con mayor intensidad», resume Borja Reh, coordinador de Acreditaciones de la agrupación, tras un congreso celebrado en Lodz (Polonia) con más de mil expertos en gestión de especies en peligro de extinción.
La eutanasia de gestión «se aplica porque los recursos son limitados y las amenazas a la biodiversidad crecen», indica. «A veces, para asegurar el futuro de una especie hay que tomar decisiones difíciles que priorizan al conjunto sobre el individuo».
El debate se reavivó este mes de agosto tras conocerse que un parque danés había solicitado mascotas vivas -pollos, conejos y cobayas, pero también caballos- para alimentar a los depredadores del centro. Prometía practicarles la eutanasia «de manera delicada».
Otro caso conocido este año fue el del zoo de Leipzig (Alemania), que sacrificó en enero a cuatro antílopes por problemas de espacio, tras intentar en vano transferirlos a otro parque.
La óptica mediterránea, apunta Borja Reh, «no está preparada» emocionalmente para estas acciones. Pero el debate, afirma, debe centrarse «en la conservación».
«Ambas partes llevan razón. Hace falta un proceso educativo en tono científico. Pero priorizar el bienestar animal lleva a un choque frontal con quien prefiere un animal vivo en cualquier condición a uno muerto. Somos exigentes defendiendo la conservación en las mejores condiciones posibles», dice sobre la postura de EAZA.
Esta asociación de zoos y acuarios publicó en 2023 una declaración en la que reconoce que sus miembros, 420, «representan un amplio rango» de culturas y legislaciones y «las técnicas de control de población difieren», por lo que «de ninguna manera se obliga» a practicar la eutanasia.
Pero los parques «deben tomarse en serio sus obligaciones de control poblacional y asumir su responsabilidad». Bajo ciertas condiciones, indica, la viabilidad del conjunto «puede tener preferencia sobre el derecho a la vida de un animal específico».
No ha habido nuevos pronunciamientos en el congreso de Lodz, pero sí la constatación científica de que «se está lejos de eliminar las amenazas que hay en los hábitats naturales» y más de 500 especies dependen de los programas de cría en cautividad de los parques de EAZA.
Ciencia transgresora
Reh estima que «en un mundo en el que la evidencia científica ya no tiene ninguna relevancia en la toma de decisiones, EAZA sigue siendo muy transgresora o anticuada» al guiarse por ella en temas de conservación. No sucede así, dice, en otras partes de mundo, «donde se prioriza qué pensarán los ciudadanos».
«En Europa sabemos que hay cientos de especies que dependen del manejo ex situ (fuera del hábitat natural) y no podemos olvidar esa misión esencial. Nuestro reto es aprovechar cada recurso para salvar cuantas más especies», afirma. «Como europeos podemos sentirnos orgullosos de tener los programas de conservación ex situ más importantes del mundo».
Como responsable del proceso de acreditación de EAZA para los parques, Reh asegura que «el zoo es el peor enemigo del zoo». La acreditación, explica, garantiza que el parque cumple con altos estándares y es evaluado de forma periódica por expertos. Pero ese centro acreditado «comparte el nombre de ‘zoo’ con un no acreditado».
En Europa casi todos los zoológicos tienen licencia para operar, pero solo un 10-15 % cuenta con la acreditación de EAZA, que aporta esa garantía externa.
«Esto no significa que el resto funcione mal, pero sí que pasan menos controles y pueden no alcanzar el nivel de responsabilidad que espera la sociedad», dice.
El nuevo presidente de la asociación, Christoph Schwitzer, quiere atraer a más parques de pequeño tamaño facilitándoles la burocracia, que es «tremendamente compleja» para obtener el sello EAZA. Sus actuales miembros van desde el zoo de Chester, con más de 1.000 empleados, a un pequeño mariposario en Bélgica con un solo trabajador.
Las exigencias para la acreditación son numerosas, desde lo general hasta lo específico. Reh cita como ejemplo las medidas para evitar que un animal se escape y, si ocurre, la garantía de «tiempos asumibles» para su captura: «Hablamos de cinco minutos». También se piden evaluaciones anuales de bienestar animal para todos los individuos.
Efectos del Brexit
Los expertos de EAZA supervisan el traslado de animales entre parques para garantizar la viabilidad genética, en busca de las mejores condiciones para la reproducción.
El movimiento entre zoos europeos «suele ser relativamente sencillo», aunque los traslados han notado brutalmente el efecto del Brexit: «Había unos 2.000 movimientos de animales entre Europa continental y las Islas Británicas y el primer año bajamos a 25. Ahora hemos remontado a 200, el 10 % de nuestra capacidad de traslado. Se han cerrado muchas posibilidades de intercambio que eran beneficiosas para diversas especies», subraya Reh. EFE
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