Madrid, 13 ago (EFE).- Este miércoles 13 de agosto se cumplen 30 años del fallecimiento de los escaladores aragoneses Javier Escartín, de 45 años; Javier Olivar, de 38; y Lorenzo Ortiz, de 24, en el K2 (8.611 metros), en la cordillera del Himalaya, cuando se vieron sorprendidos por un violento temporal en el descenso tras alcanzar la cima.
Fue una de las mayores tragedias registradas en la segunda montaña más alta del mundo, ya que aquel día el K2 se cobró también la vida de otros tres montañeros: el estadounidense Rob Slater, el neozelandés Bruce Grant, el canadiense Jeff Lakes y la británica Alison Hargreaves, la primera mujer que escaló el Everest sin oxígeno y en solitario.
Los tres españoles eran miembros de una expedición del club oscense Peña Guara, junto a Lorenzo Ortas y Pepe Garcés, quienes renunciaron al último tramo de la escalada y por quienes se conocieron algunos detalles de la tragedia. La expedición la completaron desde el campamento base Manuel Ansón y Manuel Avellanas, que era el médico de la expedición y que en la actualidad es el vicepresidente de Peña Guara.
Javier Escartín atesoraba un talento especial para la montaña. «Era muy fuerte, muy seguro y organizado y tenía muy claras las cosas», confesó Ortas en una entrevista en el Periódico de Aragón en el 25 aniversario de la tragedia.
Lorenzo Ortiz era la figura emergente del montañismo. «Estaba especialmente dotado para la montaña y la escalada», aseguró el oscense. Por su parte, Javier Olivar era un hombre de una fortaleza extrema. «Tenía un carácter reservado y no decía nada, pero no paraba de hacer cosas. Era el manitas», recordó.
Su travesía comenzó en 1977 con su primera gran expedición al Ausangate, en Perú, una cumbre de más de 6.000 metros que marcó su entrada en el alpinismo de élite. Desde ese momento, pusieron su mirada en el Himalaya, logrando ascensiones en Hidden Peak, Gasherbrum II y el Everest en 1989 y 1991, hasta alcanzar su último desafío: el K2 en 1995.
Tras hollar la cima del Himalaya a las 18:45 horas, los tres españoles, la escocesa, el neozelandés y el estadounidense iniciaron el descenso, pero una tormenta de viento helado de hasta 150 kilómetros por hora les sorprendió en uno de los pasos más peligrosos, el denominado «Cuello de botella», y perecieron sepultados bajo un alud en las laderas de la montaña.
«El tiempo cambió, comenzó a soplar un viento impresionante y las temperaturas se desplomaron. No volvimos a saber de ellos», relató Ortas en la exposición ‘Espíritu de equipo, una generación irrepetible’, celebrada este febrero en Huesca, en homenaje a sus gestas en las cumbres más desafiantes del planeta, sobre el cambio de clima que alcanzó a sus compañeros antes de que pudieran descender.
Durante la noche, «el viento rompió las tiendas de campaña. Una se la llevó, literalmente, y la otra la partió. Con Pepe tuvimos que aguantar toda la noche a la intemperie, sin sacos ni guantes», describió el oscense en referencia a la espera en vano de sus compañeros.
«El resto de los que subieron no bajaron. Creemos que el viento los tiró y cayeron por la montaña», narró Ortas que junto a Garcés vieron el anorak ensangrentado, una bota de escalada y un arnés de Hargreaves en una zona escarpada por la que, con toda probabilidad, cayeron los escaladores cuyos cuerpos no se recuperaron nunca.
«Todo iba muy bien hasta que finalmente todo fue muy mal». «No fue una expedición de la que podamos sentirnos orgullosos porque dejar en la montaña a tres amigos fue una tragedia, muy triste, pero, también, fue un gran fracaso», acentuó Ortas en una entrevista en 2020 con el Heraldo de Aragón.
La tragedia del K2 marcó para siempre a una generación de montañeros, recordándonos que la grandeza de la montaña va acompañada de una fragilidad implacable. Treinta años después, el recuerdo de Javier Escartín, Javier Olivar y Lorenzo Ortiz sigue presente en la memoria del alpinismo aragonés y español.