Fermín Cabanillas
Lepe (Huelva), 25 ago (EFE).- El pasado sábado, una veintena de personas se vieron sorprendidas por el incendio de una chabola en su campamento de Lepe (Huelva), que lo arrasó por completo. En cuestión de minutos se quedaron sin nada, sin lo poco que tenían muchos de ellos, y ahora intentan empezar de nuevo donde cada uno pueda.
Una de esas personas, tres mujeres entre ellas, es Ibrahima Diao, un senegalés de 35 años que en plena pandemia se metió en una patera que le trajo a España buscando una vida mejor, y que el sábado pudo salvar algunas pertenencias, pero, sobre todo, su vida.
Ahora, como 14 más de sus compañeros de campamento, vive de forma temporal en la residencia para temporeros que funciona en el municipio onubense, donde han sido acogidos por un procedimiento de emergencia que les garantiza un techo y una cama durante al menos veinte días.
“Solo hay tiempo para salir corriendo”
Ibrahima asegura que tiene papeles para trabajar legalmente en España, y que trabaja regularmente. Los papeles los lleva siempre encima, hasta cuando duerme, de modo que, cuando a las seis de la madrugada se dio la voz de alarma en el campamento y salió corriendo de su chabola, los pudo salvar. Sí perdió en el incendio muchas de sus pertenencias.
“Cuando empezó el fuego solo hubo tiempo para salir corriendo, buscando ayuda, no hay tiempo para coger las maletas, para coger las cosas importantes”, afirma, y todo porque, como suele pasar en un campamento de chabolas de cartón y plástico, las llamas lo arrasan todo en cuestión de minutos.
Cuando amaneció por completo, el paisaje en el campamento ‘La cuadra’ -se llama así porque está cerca de unas cuadras en un polígono limítrofe- era el de un lugar completamente destruido, tanto las chabolas como algunas tiendas de campaña en las que vivían algunos de los inmigrantes en un lateral del terreno.
Las bombonas que usan para cocinar se mantienen este lunes agrupadas en un lateral, tras sacarlas los bomberos al tiempo que sofocaban las llamas, mientras que el olor a quemado es inconfundible, pero, sin embargo, ya hay al menos una chabola levantada por uno de los que tuvo que salir corriendo, que ha decidido que su vida no se mueva del sitio donde estuvo a punto de perderla.
Si no hay nada, otra chabola

Ibrahima no sabe qué va a hacer cuando pasen los veinte días que puede estar acogido en el albergue. Es consciente de que vivir en una chabola “siempre es un problema” pero asegura que siempre que tiene un momento libre recorre las calles de Lepe en busca de una casa para alquilar. “No hay pisos, no los encontramos”, lamenta.
Se ha encontrado con el problema de mucha gente, el de buscar piso en un pueblo a cinco minutos de la playa, donde muchos alquileres son para funcionarios, maestros sobre todo, de septiembre a junio, y en verano se le gana el triple al inmueble al explotarlo para los turistas.
De este modo, lo más probable es que vuelva a buscar cartones para levantar sus paredes en mitad del campo. Un camino parecido han tomado las tres mujeres que vivían en el campamento incendiado, que ya viven en unas chabolas de unas amigas en otro de los campamentos dispersos por los campos de este municipio, que ya son menos, fruto del trabajo coordinado entre varias administraciones para erradicar estos asentamientos, pero todavía quedan algunos.
“Vivir en una chabola siempre es un problema. Si hay calor, si hay lluvia, todo es un problema pero estamos aquí para buscarnos la vida, no hay solución”, dice este temporero que asegura que ha trabajado en todas las labores agrícolas que ha podido, pero se ofrece, por si el campo para durante unos días, para trabajar como albañil.
Y no solo en Lepe o sus pueblos cercanos porque defiende que se ha buscado la vida en cualquier lugar de España. “Si hay campañas, nos vamos, a la aceituna en Jaén o a donde haga falta, y cuando termina nos buscamos otro sitio”.
Con todo, parece que el campamento incendiado será levantado en unos días. Así ha pasado con muchos de estos lugares cuando se van los bomberos. Los inmigrantes comienzan a recorrer los contenedores del pueblo en busca de cartón, madera, plástico y lo que haga falta, y todavía con el suelo quemado y el olor a humo pegado a la ropa, levantan sus chabolas otra vez.
Mientras tanto, en torno a la residencia de temporeros, y frente a la que tiene allí mismo la asociación Asnuci, los inmigrantes pasan el día como pueden, con una tertulia a la sombra como cualquier persona en la puerta de su casa con los vecinos. Uno de ellos es un jovencísimo senegalés que afirma tener 25 años, pero da la impresión de que son bastantes menos. Cuando se le pregunta si quiere hablar de su situación, espeta: “Si me sirve para tener papeles, sí”.