São José dos Campos (Brasil), 6 may (EFE).- A fines de 1944, un grupo de 25.334 militares brasileños desembarcaron en Italia para apoyar al bloque aliado contra el Eje. Uno de ellos, el teniente Jarbas Días Ferreira, hoy con 103 años, dice que la guerra “es la cosa más triste y más ignorante que existe”.
A bordo de uno de los navíos que llegó sobre las cinco de la mañana al puerto de Nápoles estaba Días Ferreira, en ese momento era un cabo con 22 años. Ocho décadas después relata la intervención de la Fuerza Expedicionaria Brasileña (FEB) en una entrevista a EFE.
Hoy, con “solo” 103 años -aclara entre risas- es uno de los últimos 43 brasileños veteranos de la Segunda Guerra Mundial que sigue en pie y pasa sus días en una casa en São José dos Campos, un municipio en el interior de São Paulo, en la que vive desde que se casó con su esposa, Nair, hace 70 años.
Cuenta que, en esa región, antes había muchos otros como él pero ahora se quedó solo.
Y, a pesar de que precisa ayuda para algunas cosas, su memoria “permanece intacta”, alerta su esposa, diez años menor que él.
Sus días en la trinchera

La guerra “es la cosa más triste y más ignorante que existe”, afirma con su voz áspera.
“Ves niños tirados en la calle, niños que no saben el paradero de su padre o su madre. Y nosotros estuvimos ‘arreglando’ esas cosas. Todo lo que podíamos hacer por ellos (los italianos), lo hicimos. Y con eso ya ganamos”.
Durante sus batallas en Monte Castello y Castelnuovo, Días Ferreira se encargó de manejar una ametralladora que tiraba “600 tiros por minuto” y de gestionar un grupo de seis hombres, que volvieron a sus hogares “sin un arañazo”, lo que representa uno de los mayores orgullos de su trayectoria.
Nunca fue su deseo ir a luchar a Italia, aunque dice que, cuando llegó la carta confirmando el reclutamiento, “no tuvo miedo”.
“A mí me mandaron, yo fui enviado. Hice un entrenamiento de guerra en el ’38 y en el ’42 fui convocado. Tenía que ir, no podía reclamar. El ‘praça’ (apodo que se le da en Brasil a los soldados rasos) no puede reclamar. No tiene padre, no tiene madre, no tiene nada, solo tiene a su patria”, relata.
Cuenta que “tenía que estar en el frente” con solo cuatro horas de sueño, en algunas zonas bajo temperaturas extremas vistiendo ropas precarias, mientras pensaba en volver a su hogar.
“Dicen que un buen hijo vuelve a su casa. Y yo volví”, afirma.
Sin embargo, confiesa que, incluso hasta el día de hoy, algunas veces siente nostalgia de la “familia” de oficiales y soldados que se construyó en la trinchera.
El “Día de la Victoria”

Cuando se enteró que terminaba la guerra “fue una maravilla”, dice, “automáticamente acomodamos todo para volver a casa”.
Antes de aquel 8 de mayo, las Fuerzas brasileñas forzaron la rendición de “15.000 soldados alemanes”, en lo que se denominó la Conquista de Fornovo Di Toro, en la provincia italiana de Parma.
A pesar de no recordar la fecha exacta, afirma que su navío partió “tres meses después” desde el puerto de Nápoles de vuelta a su tierra natal.
Tras la guerra, Días Ferreira fundó su propia bicicletería, en la que trabajó hasta hace unos años, y dedicó gran parte de su tiempo y dinero a obras de caridad en el barrio.
Mientras se mira algunas partes de su cuerpo en una especie de “chequeo”, cuenta que no sufre de ninguna enfermedad más allá de “una gripecita de vez en cuando”.
“Dicen que voy a vivir mucho más, pero yo no, no estoy interesado en eso. Ya viví mucho, ya hice mucha cosa”, medita el veterano.
En voz baja y apoyados sobre un escritorio donde reposan algunas medallas, el teniente y su esposa comentan sobre las guerras actuales, y lamentan que tantos jóvenes sigan muriendo por causas ajenas.
Ailén Desirée Montes