Las memorias del horror que vivió Manaos durante la pandemia: “Fue algo surrealista”

Fotografía del 1 de febrero de 2025 de Letícia Lira, visitando la tumba de su abuela, Ernestina Lira, víctima de la covid-19, en el cementerio de la comunidad São Sebastião da Serra Baixa, en Iranduba, Amazonas (Brasil). EFE/ Raphael Alves

Manaos (Brasil), 12 mar (EFE).- En Manaos se quedaron sin bombonas de oxígeno, los fallecidos se acumularon en las casas y se abrieron fosas comunes en los cementerios durante la pandemia. Cinco años después, los protagonistas de la lucha contra la covid-19 tienen grabada en la retina una imagen: la desesperación de las familias.

La capital del estado de Amazonas fue la zona cero de la pandemia en Brasil, donde según los datos oficiales el coronavirus se cobró la vida de más de 700.000 personas, la primera de ellas hoy hace cinco años exactos.

Esta ciudad, rodeada de selva, con humedad sofocante y donde más de la mitad de sus dos millones de habitantes viven en favelas, sufrió una pesadilla hoy olvidada por gran parte de la población.

Una pesadilla “surrealista”

Fotografía del 1 febrero de 2025 de algunos miembros de la familia Lira, luego de sobrevivir a la pandemia de la covid-19, frente a la casa familiar en la comunidad de São Sebastião da Serra Baixa, distrito de Iranduba, Amazonas (Brasil).EFE/ Raphael Alves

“Fue algo muy surrealista (…) cuando nos dimos cuenta los hospitales estaban abarrotados, eran muertos uno encima de otro, muertos en casas. El sistema funerario colapsó”, relata a EFE Wellington Felipe Benfica.

Este joven de 35 años trabaja como conductor de SOS Funeral, un programa público de servicios funerarios gratuitos para las familias de bajos ingresos o en situación de vulnerabilidad social.

Cuenta que las llamadas no paraban. Realizaban de media unos 70 servicios diarios. “Empezábamos el turno a las siete de la mañana y no había hora para salir”, rememora.

Describe la pandemia como un período lleno de “tensión” y “tristeza”, en el que a menudo se preguntó si realmente estaba viviendo lo que veía día tras día: familias perdiendo a sus parientes en casa.

La covid-19 golpeó con extrema dureza a Manaos durante la segunda ola, en enero de 2021. La falta de bombonas de oxígeno medicinal causó “una tragedia humanitaria”, según la Fiscalía, que cifra en al menos 560 los pacientes que fallecieron por ello.

La crisis de oxígeno ha acabado en la Justicia. El Ministerio Público presentó el año pasado una acción en la esfera civil en la que pide a los poderes públicos indemnizaciones por 4.000 millones de reales (690 millones de dólares) por las omisiones y errores atribuidas al Gobierno del entonces presidente Jair Bolsonaro, un negacionista de la gravedad de la pandemia.

Entre las fallas, se cuestiona la decisión de enviar cargamentos de oxígeno a Manaos en camión, en un trayecto de 96 horas por carreteras de tierra, lo que resultó en demoras en la atención a numerosos pacientes.

Según el Sindicato de Médicos de Amazonas, cerca de 60 personas murieron “por asfixia” solo el 14 de enero de 2021.

Las fosas comunes, en aparente olvido

AFotografía del 1 de febrero de 2025 de un miembro de la familia Lira tocando la imagen de Ernestina Lira, víctima de la covid-19, en su tumba en el cementerio de la comunidad São Sebastião da Serra Baixa, en Iranduba, Amazonas (Brasil). EFE/ Raphael Alves

 Nueve meses antes, en la primera ola, las imágenes de retroexcavadoras abriendo fosas comunes en los cementerios de Manaos ante el continuo goteo de cadáveres dieron la vuelta al mundo.

José Roberto de Souza ha dedicado 18 de sus 57 años a SOS Funeral. Se acuerda del caos total de los primeros días de la pandemia, de la desinformación corriendo a sus anchas y de la “desesperación” de las familias mientras rellenaban el papeleo por la defunción de un ser querido.

En SOS Funeral también lo sufrieron en carne propia.

“Fue una situación muy difícil. Perdimos a nuestra coordinadora, que era nuestra líder, que estaba al frente de todo, que puso al equipo a hacer mascarillas… Perdimos a nuestra asistenta social, perdimos a varios”, lamenta.

De Souza, como tantos millones, se contagió, estuvo un mes de baja y volvió a trabajar inmediatamente después. En medio del dolor se obligó a seguir adelante.

“Lo que no podíamos hacer es caer en el desespero y no ayudar a las familias”, afirma en una sala repleta de ataúdes y vestido con uno de esos monos blancos que tan habituales se hicieron en los telediarios durante la pandemia.

Hoy, el coronavirus se percibe en Manaos como algo muy lejano. En uno de los sectores del cementerio público de Nossa Senhora Aparecida una placa reza: “Aquí reposan las víctimas de la covid-19, 1ª ola”.

Detrás, se extiende un amplio terreno con decenas de tumbas a ras de suelo coronadas con cruces de madera mayoritariamente azules, algunas de ellas partidas en el suelo. Parece un lugar abandonado, dejado en el olvido.

 Raphael Alves y Carlos Meneses