Madrid, 29 may (EFE).- Los “hijos del vicio” eran niños bastardos que, siguiendo la moral del siglo XIX, eran abandonados en la inclusa. Esa es la historia de Gerónima, bisabuela de Soraya Romero, autora de ‘Las semillas del silencio’, un libro que del que ya se prepara un guion para saltar como serie a televisión.
En una entrevista con EFE, Romero se muestra entusiasmada con este cambio de formato (a cargo de la productora Diagonal TV) que permitirá dar más visibilidad a la “doble moral de hace dos siglos” y a la “vergüenza” que impedía a una mujer soltera hacerse cargo de un hijo ilegítimo.
La novela, editada por Kailas, y que estará en la Feria del Libro de Madrid, parte de un hecho real a raíz de una casualidad. Hace doce años, Romero se hizo donante de médula en Suiza, donde reside. Cruz Roja, responsable del proceso de donación, le ofreció un carné con unas coordenadas que le permitían calcular sus coincidencias genéticas a lo largo del mundo.
A partir de ahí, se decidió por elaborar árbol genealógico y sin quererlo se encontró con el oscuro agujero sobre el origen de su bisabuela, nadie en la familia sabía cuándo ni dónde nació, ni tenían claro quién había sido su madre.
Romero explica que una tía abuela suya (Pilar), que la ayudó a reconstruir la historia, tenía el recuerdo de la bisabuela sufriendo, de continuo, por ese desconocimiento de sus orígenes y hasta su muerte rumió la pena de no saber por qué su madre la había abandonado.
Investigando en el Archivo de la Comunidad de Madrid, Romero descubrió que su bisabuela había sido abandonada tras el parto en la inclusa de Madrid, entonces en la calle Embajadores, donde llegó el 5 de diciembre de 1874. La inclusa de Madrid llegó a tener 650.000 niños en cuatro siglos.
Explica la autora que la novela le supuso un trabajo enorme para recrear el Madrid de la época y comenta que si bien gran parte de los hechos “están probados”, otra vertiente de la historia es ficción.
Mi bisabuela era la inclusa ‘1969’
Gerónima tomó el apellido de su madre (López) al que luego se añadió De la Cruz (uno más de los elegidos para los niños incluseros como era De la Iglesia o Expósito).
Dentro de la inclusa había una mortalidad altísima, los niños estaban hasta los 12 años, “después se tenían que buscar la vida”.
Todo dependía de su suerte, algunos llegaban a una familia que les trataba como hijos, pero esos eran los menos. Lo normal es que si te acogían acababas como criado, explotado y con una vida miserable.
Gerónima pasó por tres familias de acogida y finalmente se instaló en Candelada (Ávila), se casó y tuvo seis hijos, pero siempre arrastró la inquietud de no haber conocido a su madre, ni saber el motivo del abandono.
Con todo ese bagaje personal, Romero se animó a escribir la novela, que está teniendo mucho éxito y pone el foco en el umbral más oscuro de la sociedad.
Para la autora, se trata de un texto que tiene perspectiva de memoria histórica y, aunque existen muchos libros sobre niños incluseros, nadie antes, dice, se metió a desentramar lo que eran estas instituciones, que no desaparecieron hasta 1983.