Ciudad del Vaticano, 23 ago (EFE).- El papa León XIV recibió este sábado en el Vaticano a los participantes de un foro de legisladores católicos de todo el mundo y les exhortó a garantizar un poder «controlado por la conciencia» y leyes en favor de la dignidad.
«En vuestra vocación de legisladores y funcionarios públicos católicos estáis llamados a ser constructores de puentes entre las ciudades del hombre y la ciudad de Dios», animó el pontífice en la audiencia, celebrada en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.
Y agregó: «Os exhorto a esforzaros por un mundo en el que el poder esté controlado por la conciencia y la ley esté al servicio de la dignidad humana. Os animo además a rechazar la mentalidad peligrosa y contraproducente de que nada puede cambiar».
En su discurso, el pontífice estadounidense reflexionó sobre la prosperidad humana, aludiendo a la ‘Ciudad de Dios’ de San Agustín, para aseverar que no depende de la riqueza, del consumo o de las «comodidades tecnológicas» que el mundo moderno ofrece al hombre.
«Hoy la vida próspera es a menudo confundida con una vida rica desde el punto de vista material o con una vida de autonomía individual sin restricciones. El llamado futuro ideal nos es presentado en forma de comodidad tecnológica o con la satisfacción del consumidor», lamentó.
No obstante, León XIV sostuvo que esa forma de vida «no es suficiente» tal y como demuestran, a su juicio, las problemáticas de las sociedades actuales.
«Sabemos que todo eso no es suficiente. Lo vemos en las sociedades ricas, en las que muchas personas luchan contra la soledad, la desesperación y un sentimiento de falta de significado», alertó.
El papa explicó que la prosperidad humana «auténtica» deriva de lo que la Iglesia denomina «desarrollo humano integral», es decir, el crecimiento de la persona en toda dimensión, desde la física o la social a la cultural, moral y espiritual.
«La auténtica prosperidad humana se manifiesta cuando las personas viven virtuosamente y en comunidades sanas, disfrutando no solo de lo que tienen sino también de lo que son como hijos de Dios», dijo.
Ante «los desafíos inmensos» del mundo actual, el pontífice abogó por impulsar una «diplomacia de la esperanza», un concepto acuñado por su predecesor Francisco, pero también por una política y una economía esperanzadoras.