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Los “años sabáticos” de la aristocracia británica en el XVII y XVIII: excesos y arte

Vista de la exposición en el Mauritshuis de La Haya. EFE/ Imane Rachidi

La Haya, 18 sep (EFE).- Mucho antes de los “años sabáticos” y los viajes de mochilero, los hijos de la aristocracia británica emprendían largas rutas por Europa antes de completar su formación; el Mauritshuis de La Haya revive ese Grand Tour con una exposición de obras que reúne palacios italianos, volcanes en erupción, paisajes venecianos, retratos y ruinas clásicas.

La muestra, abierta este jueves y hasta el 4 de enero, ofrece pinturas, esculturas y objetos adquiridos en Italia, donde esos viajeros adinerados buscaban formación académica, aventuras y recuerdos. Reúne préstamos de Burghley House, Holkham Hall y Woburn Abbey, tres de los palacios de campo ingleses más célebres aún en manos privadas.

  Viajar para educarse… y también para pecar

El Grand Tour era el equivalente a un “año sabático” entre la secundaria y los estudios superiores, aunque para los jóvenes nobles, acompañados de tutores privados, podía durar varios años. El Mauritshuis recuerda que se trataba de la culminación de la educación clásica y de una manera de “sacarse de encima la imprudencia de la juventud”.

El pretexto era conocer mejor la Antigüedad clásica y aprender idiomas y culturas extranjeras, pero, recordó Martine Gosselink, directora del Mauritshuis, no todos los jóvenes ingleses se lo tomaban en serio. Un jurista francés, citado por el museo, observó que “algunos abandonarán la ciudad sin haber visto más que otros ingleses, y sin siquiera saber dónde está el Coliseo”.

Los itinerarios llevaban de París a Roma, Florencia, Nápoles o Venecia. Se aprendían lenguas, se visitaban ruinas, se establecían contactos y se coleccionaba arte, pero también abundaban el juego, las fiestas o los romances. Los tutores eran conocidos como “domadores de osos”, encargados de mantenerlos a raya.

Cartas y diarios de la época reflejan tanto entusiasmo como decepción. “De todas las ciudades de Italia, la que menos me satisface es Venecia… casas en ruinas y mal construidas, y fosas apestosas dignificadas con el pomposo nombre de canales”, escribió un viajero.

Otro confesó que la llegada a Roma le produjo “una decepción” y describió a los romanos como “la gente más desagradable de la cristiandad… si no hubiera conocido a los portugueses”.

“Estos viajes no eran solo contemplar ruinas, eran también aventuras, amores y compras para decorar las mansiones inglesas”, explicó Gosselink, recordando que muchas de esas obras adquiridas en Italia aún cuelgan en salones y bibliotecas de casas históricas.

Se cita al escritor James Boswell, que justificaba sus excesos en una ciudad “donde las prostitutas tienen licencia del cardenal”; y al poeta Samuel Rogers, que ironizaba sobre ingleses recorriendo el Vaticano sin entender nada; también circulaba la broma de que “el Coliseo será un gran edificio cuando esté terminado”.

  Tres casas, tres colecciones

La curadora de la muestra, Ariane van Suchtelen, apuntó al retrato como el souvenir por excelencia: en Roma, el pintor Pompeo Batoni se convirtió en favorito de los ingleses, y en Venecia los nobles hacían cola para ser inmortalizados por Rosalba Carriera.

La exposición presenta el retrato de Thomas William Coke, con apenas 19 años. “Aparece con su capa de caza elegante, rodeado de ruinas romanas y con una estatua clásica al fondo”, dijo Van Suchtelen.

En Burghley House, John Cecil viajó con su esposa e hijos en el XVII, acompañado de criados y caballos, adquiriendo tapices, muebles y cientos de pinturas. Su descendiente Brownlow, en el XVIII, siguió sus pasos y se convirtió en admirador de la suizo-austriaca Angelica Kauffman en Nápoles.

Mientras que en Holkham Hall, Thomas Coke hizo, con tan solo 15 años, un viaje de seis años a Italia (1712–1718) reuniendo una colección que luciría en la mansión que mandó construir a su regreso. Sus adquisiciones incluyen paisajes de Claude Lorrain y el retrato de su sobrino-nieto por Batoni.

En Woburn Abbey, John Russell, duque de Bedford, encargó a Canaletto la mayor serie de vistas venecianas que se conserva: más de 24 cuadros aún colgados en su comedor, de los que han viajado al Mauritshuis dos piezas con el Gran Canal y Santa Maria della Salute.

Aquellos viajes fueron el inicio del turismo de masas y la industria del souvenir. Se compraban fósiles, monedas, esculturas pequeñas y, a menudo, falsificaciones, como un león de mármol vendido a Brownlow Cecil como hallazgo romano que resultó ser del XVIII.

El Grand Tour entró en declive con las guerras napoleónicas (1803–1815) y perdió exclusividad con la llegada del ferrocarril, que democratizó los viajes, pero su legado permanece en las casas nobles. “Al final, un pedazo de Italia siempre volvía a Inglaterra”, concluyó Gosselink.

Imane Rachidi