Barcelona, 30 jul (EFE).- Los bosques de Europa pierden capacidad para absorber CO2 y ponen en riesgo los objetivos climáticos de la UE, según indica un estudio en el que han participado el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) y el CSIC.
Este estudio, publicado en la revista Nature y que alerta de que la capacidad de los bosques europeos de ‘secuestrar’ carbono está en peligro, ha sido liderado por Mirco Migliavacca, investigador del Centro Común de Investigación de la UE (Joint Research Centre), si bien ha contado con la participación del CREAF y el CSIC.
Los bosques actualmente cubren cerca de un 40 % del territorio de la Unión Europea (UE) y entre 1990 y 2022 han absorbido alrededor de un 10 % de las emisiones derivadas de la actividad humana.
En consecuencia, los científicos coinciden en considerar que los bosques son aliados en la lucha contra el cambio climático gracias a su capacidad de absorber CO2 de la atmósfera y mantenerlo ‘secuestrado’ en forma de carbono en el tronco, las hojas, las raíces o en el suelo.
La tala intensiva de árboles y el cambio climático
Según los autores del estudio, las causas que provocan que los bosques pierdan capacidad para absorber CO2 «son muy diversas» y, especialmente, una combinación entre la intensificación de la tala y el aumento de perturbaciones naturales como incendios y plagas.
También influyen los efectos crecientes del cambio climático, como las sequías y las olas de calor, subrayan los investigadores.
Insisten, en este sentido, en la necesidad de que se produzca «un cambio de chip en la gestión forestal para que no se centre solo en la extracción de madera, sino en conservar el bosque y hacerlo más resiliente al cambio climático».
Según el inventario LULUCF de la UE (que calcula los sumideros de carbono del suelo forestal, zonas húmedas, y agrícolas), el depósito de carbono forestal en Europa pasó de 457 millones de toneladas de CO2 equivalente absorbidas cada año entre 2010 y 2014, a 332 millones de toneladas de CO2 equivalente absorbidas cada año entre 2020-2022.
Es decir, advierten los autores del estudio, ha tenido lugar una reducción de casi un tercio en tan solo una década.
Este hecho pone en riesgo los objetivos climáticos de la UE, que establecen que Europa tiene que ser climáticamente neutra en 2050 y, dentro de esta hoja de ruta, el reglamento revisado sobre el sector LULUCF fija para el 2030 la meta de absorber 310 millones de toneladas de CO2 equivalente.
En este punto los investigadores se muestran tajantes: «Si tenemos en cuenta el declive vivido en diez años, parece que esto no será posible».
Aseguran también que hay un envejecimiento de los bosques, que reducen su capacidad de crecimiento y de absorción de carbono, y los episodios extremos de calor y sequía disminuyen la fotosíntesis y la productividad de los árboles.
Estos impactos pueden tener efectos persistentes durante años, debilitar los bosques, agravar la mortalidad forestal y también las pérdidas de capacidad de ‘secuestro’ de carbono.
Gestión forestal inteligente para revertir la situación
Ante esta situación, los autores del estudio proponen un conjunto de medidas prioritarias y, en primer lugar, alertan de que hay que mejorar la monitorización forestal a escala europea.
Esto implica disponer de datos robustos, continuos y armonizados sobre el estado de los bosques, su salud y los diferentes compartimentos de carbono, incluido el suelo forestal.
En paralelo, defienden una transformación profunda en la manera de gestionar los bosques europeos, y advierten que la gestión forestal tiene que tener otros objetivos más allá del de producir madera.
«Hay que apostar -apuntan- por una gestión sostenible y climáticamente inteligente que vea los bosques como espacios que nos aportan muchísimos más servicios además de la producción de madera, como es la protección del suelo, la regulación del ciclo del agua y el hábitat para la fauna y flora».
Un equilibrio entre las actividades productivas
Josep Peñuelas, investigador del CSIC en el CREAF y uno de los autores del estudio, precisa que se debe entender que «los bosques con más especies y con estructuras más variadas (árboles de diferentes medidas o grosores) son más resilientes al cambio climático».
Este enfoque implica un equilibrio entre las actividades productivas, como la tala, y la conservación de los hábitats naturales.
El estudio, pues, sugiere modelos de gestión basados en la ciencia que combinen bosques con diferentes edades y grados de protección, para alternar zonas destinadas a la producción sostenible con otras reservadas para la conservación estricta.