Londres, 10 sep (EFE).- Los programas dirigidos a progenitores para prevenir la obesidad y sobrepeso infantil son insuficientes para abordar un problema de salud que afecta a unos 37 millones de menores de cinco años en todo el mundo, según reveló este miércoles un estudio publicado en The Lancet.
Así lo expone un meta-análisis de 31 ensayos clínicos de 10 países entre una población de casi 29.000 individuos, el cual no halló evidencias de que ciertas estrategias preventivas aplicadas hasta los 12 meses de edad tengan impacto en el índice de masa corporal (IMC) al cumplir aproximadamente los dos años.
Los autores de esta investigación, liderada por la Universidad de Sydney (Australia), subrayan la necesidad de repensar los enfoques conductuales actuales y destacan la necesidad de llevar a cabo una acción de salud pública más amplia, coordinada y con recursos.
La obesidad y sobrepeso infantil, recuerdan, tienen repercusiones significativas en la salud a largo plazo, por lo que la prevención temprana es clave para evitar que se manifiesten en las primeras etapas de desarrollo del menor.
A este respecto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda a progenitores y cuidadores medidas preventivas desde el mismo embarazo, y ofrece orientaciones sobre alimentación saludable, sueño o actividad física en la primera infancia.
En consecuencia, muchos gobiernos, dicen los autores, centran sus esfuerzos preventivos en diseñar programas para progenitores y cuidadores, que adquieren habilidades y conocimientos a través, por ejemplo, de «clases comunitarias, visitas domiciliarias o intercambio de información por mensajes de texto, correo electrónico o aplicaciones».
«La obesidad se debe, en gran medida, a factores ambientales y socioeconómicos que las personas no pueden modificar. Los progenitores desempeñan un papel fundamental, pero nuestro estudio destaca que no se puede esperar que reduzcan los niveles de obesidad infantil por sí solos», señala en un comunicado la principal autora, Kylie Hunter, de la Universidad de Sydney.
Sostiene que es necesario acometer «una acción más amplia y coordinada en toda la sociedad» para facilitar la toma de decisiones respecto a «opciones saludables, independientemente de dónde vivan», en referencia a las dificultades en países más pobres.
«Además del apoyo a los progenitores, necesitamos políticas coordinadas que mejoren la asequibilidad de los alimentos saludables, aumenten el acceso a espacios verdes y regulen la publicidad de alimentos poco saludables para combatir la obesidad infantil», apunta Hunter.
La ineficacia de los programas dirigidos a progenitores podría relacionarse, entre otras razones, por el hecho de que el primer año de vida de un niño les puede resultar «abrumador y estresante» y limita su capacidad «para participar plenamente en cambios de comportamiento», indica la coautora Anna Lene Seidler, de la Universidad de Rostock (Alemania).
Asimismo -prosigue-, las familias más afectadas por la obesidad infantil, que a menudo pertenecen a las clases socioeconómicas más bajas, también son las que tienen menos probabilidades de acceder a los programas de atención temprana.
«Simplemente, carecen de los recursos o el tiempo para asistir y adherirse a estos programas, especialmente en la actual crisis del coste de la vida. Los cambios a nivel de políticas destinados a crear entornos más saludables para todos los niños tienen más probabilidades de llegar a estas familias», plantea Seidler.
Agrega que en entornos sociales más amplios, como guarderías y escuelas, «las estrategias encaminadas a crear hábitos saludables para los niños directamente en estos contextos pueden ser más efectivas».