San Sebastián, 2 jun (EFE).- El chef vasco Martín Berasategui ha cumplido 65 años, 50 de ellos en un oficio del que se sigue sintiendo un “eterno aprendiz” y en el que cree que no todo está inventado. “El día que pensemos que no quedan cosas por hacer, estamos muertos”, asegura.
Berasategui ha cambiado este lunes la chaquetilla blanca por el traje sin corbata para recibir en Getaria, en el Museo Balenciaga, el homenaje de los suyos, de una profesión en la que se inició a los 15 años en el Bodegón Alejandro, el restaurante de sus padres que aún sigue funcionando en la Parte Vieja de San Sebastián.
El acto ha formado parte del programa de la nueva edición del Encuentro de la Gastronomía Vasca, en el que cerca de 250 participantes han reflexionado sobre el papel del mar y de la parrilla como elementos identitarios del arte culinario en Euskadi, y que ha clausurado el lehendakari, Imanol Pradales.
“Hay que ser buena gente, ser buena gente me ha salido rentable”, afirma el cocinero donostiarra en una entrevista con EFE, en la que se confiesa como un “fiel marido, padre, abuelo y amigo”, al que no se le ha pasado por la cabeza retirarse y que “lo único” que pide a la vida es salud.
La presión de las estrellas

“Ya hace años que hago lo que quiero, con quien quiero y donde quiero”, señala el chef, al que la primera estrella Michelin que obtuvo con el Bodegón Alejandro le cambió la vida y le empujó a emprender la aventura, con un importante crédito bancario, del Martín Berasategui de Lasarte-Oria, a pocos kilómetros de San Sebastián.
Le llama la “casa madre”, de la que “salieron ramas que se han hecho troncos y casas madre en otros sitios del mundo”. “Me siento un privilegiado”, dice el cocinero, que suma un total de 12 estrellas Michelin entre los establecimientos que regenta en diferentes ciudades.
Hay cocineros que a los no les interesan las estrellas de la famosa guía francesa o que incluso han renunciado a ellas por la presión que conlleva mantenerlas. Él no lo ve así. “Bendita presión”, exclama. “Es como si hablas en el mundo del deporte de la presión del gran Rafa Nadal, de don Miguel Indurain o de don Luis Arconada”, añade.
“Cada estrella es tocar el cielo de la cocina vestido de cocinero y tocas el cielo con las yemas de los dedos. Creo que esta vida es para ser agradecidos. Si has tenido el talento y la creatividad para tener un montón de estrellas Michelin, y te viene gente de todo el mundo a probar tu obra como cocinero y la de tu familia de profesión, pues ojalá sigamos muchos años con esa mal llamada presión”, reflexiona.
Berasategui tiene mucho también de empedernido optimista y asegura que “lo mejor está por ver, sin duda ninguna”.
Elogio de las nuevas generaciones

“Soy el eterno aprendiz y 50 años después de empezar, me doy cuenta de lo que tengo para aprender. Todavía tengo la ilusión de cualquier chaval joven e intento que juntemos la sabiduría de los que tenemos muchos años en la profesión con esa frescura que traen los que están haciendo la cocina del presente y del futuro”, enfatiza.
Alaba a las nuevas generaciones sin olvidar a los “estratosféricos” que empezaron antes que él, a paisanos como Juan Mari Arzak, Hilario Arbelaitz y Pedro Subijana, cocineros que, como él, no tenían escuelas de cocina a su alcance y que se volcaron para impulsar un centro de enseñanza superior que se materializó en el ya consolidado y prestigioso Basque Culinary Center (BCC) de San Sebastián, de cuyo patronato forma parte.
“Cada vez que voy (al BCC) me pellizco. Está muy por encima de mi mejor sueño y es algo que todos hubiésemos querido, incluso una centésima parte”, remarca.