Más allá del insecto palo: la inabarcable dimensión del mimetismo

La bióloga Diana Compte, autora del libro 'Mimetismo. Genética e Historia Natural', que actualiza los conocimientos sobre este complejo fenómeno de la naturaleza. EFE/Natalia Arriaga

Madrid, 8 jun (EFE).- El mimetismo, uno de los fenómenos más fascinantes y complejos de la naturaleza, sigue actualizándose de forma constante con el descubrimiento de nuevos ejemplos y se abre ahora a otros campos de investigación, como la genética, que lo convierten en un tema de estudio inabarcable.

La bióloga madrileña Diana Compte ha recopilado lo sustancial de este «arte del engaño» en las 250 páginas de ‘Mimetismo. Genética e historia natural’, libro que publica la editorial Guadalmazán bajo la premisa de que «la imitación no es un mero espectáculo visual, sino una sofisticada herramienta evolutiva».

«Hay muchísimo que falta por descubrir. Mi idea era ir más allá de lo más conocido, como el insecto palo, y hablar de los muchos casos que existen entre los animales, los vegetales e incluso los hongos, para darnos cuenta de la riqueza que tenemos», señala Compte en una conversación con EFE sobre su obra, de las pocas en español sobre este tema.

La definición del mimetismo, y su distinción del camuflaje, es un reto no definitivamente resuelto por la ciencia.

«Hay controversia porque realmente hay muchos ejemplares que están en una línea muy fina», dice Compte. Para ella, es mimetismo cuando una especie imita a otra y es camuflaje cuando intenta confundirse con su entorno, como hacen el camaleón o el león.

El mimeta siempre quiere procurarse una ventaja. Puede imitar los objetos que le rodean, las plantas en las que vive o a otros animales. Así lo hacen las orquídeas cuando simulan tener un insecto en su interior, o la flor cadáver cuando desprende un olor nauseabundo para atraer a los polinizadores, o la mariposa hoja india, «uno de los ejemplos más perfectos de reino animal».

El mimetismo se puede practicar en grupo, como hace el coleóptero ‘meloe franciscanus’, cuyos huevos, agrupados por centenares, imitan la forma de una abeja.

Pueden protagonizarlo tanto depredadores como presas. También existe el automimetismo, cuando una parte del individuo imita a otra parte de sí mismo.

Hay mimetismo químico (emisión de sustancias parecidas a las de otras especies), conductual (arañas imitadoras de hormigas) y vocal, bastante desconocido. Un caso: los polluelos de la lechucita vizcachera emiten un ruido parecido al de las serpientes de cascabel para ahuyentar a los depredadores.

Los motivos «más típicos» para mimetizarse, explica Compte, son dos: «yo soy inofensivo y quiero parecer peligroso o, al contrario, me quiero acercar a una presa, por ejemplo para comérmela, sin que se dé cuenta».

El pulpo, un experto

Los cefalópodos son «los grandes especialistas» en el mimetismo y el camuflaje. Capaces de cambiar de color, forma y comportamiento, la combinación de patrones es casi infinita. El pulpo indonesio, descrito apenas en 1998, imita hasta a 15 especies distintas, desde la medusa hasta la langosta.

En el caso de las plantas, ¿como pueden imitar, si no ven?

«Porque sí se comunican», señala Compte, que cita al botánico italiano Stefano Mancuso para hablar de «mensajeros químicos» que los humanos no perciben, pero las plantas sí.

Lo que parece un acto de voluntad del ser vivo para mimetizarse es, en realidad, el resultado de un complejo proceso evolutivo.

«Es verdad que lo que llamamos instinto puede tener un papel relacionado con el comportamiento mimético. Pero lo que hay es una tendencia genética, que todavía no se conoce en la mayoría de los casos, aunque se van haciendo estudios. La genética es fundamental y lo importante es unir las dos áreas, la parte de la naturaleza con los laboratorios de bioquímica, de genética, toda la parte molecular», dice Compte sobre la eterna división entre ‘bota y bata’.

«Si Darwin y Mendel se hubieran conocido…», fantasea.

Los mimetas, indica, enseñan que ni siquiera es necesaria una mutación para que el ambiente o la alimentación haga que dos individuos con el mismo ADN se manifiesten de manera distinta. «Es la misma información, pero con características distintas en el día a día».

La autora menciona entre sus mimetas favoritos al cotinga ceniciento, ave nativa de Sudamérica cuyos polluelos imitan a una oruga para protegerse de los depredadores.

«Me gusta porque es un vertebrado, que parece ‘el top’ de la evolución, que imita a un invertebrado. Pero en la naturaleza no hay inferiores ni superiores», afirma.

Con el tiempo, no solo se descubren especies nuevas de mimetas «sobre todo en el Sudeste asiático», sino también material fósil, de especies quizá extinguidas, que estaba sin identificar en museos de ciencias «desde hace 150 años», señala Compte, que cierra el libro con una frase que, a la vista de su estudio, no admite discusión: «Los mimetas merecen una atención especial».