Medio siglo del mayor número de ataques a librerías en España, símbolos de una rebeldía

Imagen de archivo de la librería Lagun de San Sebastián con una pintada con amenazas de muerte. EFE/Gorka Estrada

Sagrario Ortega

Madrid, 21 abr (EFE).- El régimen de Franco agonizaba y en España un pequeño resquicio abría paso a la cultura, simbolizada siempre en los libros. Era 1975, el año en el que comenzó la transición a la democracia y el que registró mayor número de ataques a las librerías en la historia de nuestro país: 45 de los 225 contabilizados entre 1962 y 2018, última fecha analizada.

Este 2025 se cumple por tanto medio siglo del año récord de ataques. En vísperas del Día del Libro, EFE ha repasado con Gaizka Fernández Soldevilla, historiador del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, esas acciones violentas, atribuidas en su mayoría -42- a grupos de ultraderecha.

Barcelona, Bilbao, Madrid, Valencia o Zaragoza, Lleida, Granada, e incluso Hendaya (Francia), vivieron ese 1975 la violencia de grupos que no aceptaban la llegada de un nuevo sistema político, la democracia. Pero ninguna de las librerías atacadas cerró. Fueron el símbolo de una rebeldía contra la imposición y de una resistencia ante el terror.

Fernández Soldevilla ha estudiado ese fenómeno junto a Juan Francisco López Pérez, una investigación sobre la violencia política contra las librerías entre 1962 y 2018 que plasmaron en el libro “Allí donde se queman libros” (Tecnos).

Un estudio que dedica a 1975 un capítulo, porque no en vano fue el año negro para las librerías.

Y es que los datos globales llaman mucho la atención, como recalca el experto, ya que a pesar de que la década de los 70 fue “prolífica” en ataques, no tienen nada que ver los 14 de 1974 con los más del triple de un año después (los 45) o los 20 de 1978.

El primer ataque: contra “toda la basura marxista” 

Imagen de archivo de unas pintadas amenazantes en la librería Lagun de San Sebastián. EFE/Javier Echezarreta.

Al propietario de la primera librería atacada en 1975, ‘Pórtico’ de Zaragoza,el 1 de febrero de ese año, ya le habían advertido meses antes. Las Milicias de Acción Popular le escribieron una carta exigiéndole retirar “toda la basura marxista” del escaparate.

Y así hasta 45 ataques. Quizá los más conocidos en su día fueron los perpetrados contra las librerías ‘Mugalde’ y ‘Nafarroa’ en el País Vasco francés, en concreto en Hendaya y en Biarritz

La primera pertenecía a ETA político-militar y la segunda a ETA militar, donde trabajó María Dolores González, ‘Yoyes’, la etarra asesinada por la banda acusada de traición, aunque los propietarios eran “refugiados”, eufemísticamente hablando.

Según explica a EFE Fernández Soldevilla, cuando ETA atentaba, dado que las autoridades francesas no colaboraban con las de la dictadura franquista, era más fácil para algunos agentes de la ley “vengarse” atacando librerías, unos negocios más expuestos al público. Podría clasificarse como el primer antecedente lejano de los GAL.

Como se subraya en la investigación de los autores, el punto álgido de la bibliofobia violenta en 1975 fue mayo, con once acciones ultras. “Ni antes ni después hubo tantas concentradas en tampoco tiempo”.

Pero es que se trataba de un momento muy crítico para el régimen de Franco. Por un lado -dicen los autores- “la contestación social no dejaba de crecer”. Por otro, ETA, los GRAPO y el FRAP se cobraron 31 víctimas mortales ese año, la mayoría policías y guardias civiles, frente a las 9 en 1973 y las 19 de 1974.

Desde Canarias a Valladolid, pasando por Bilbao, Madrid, Hendaya o Barcelona, los violentos ultras actuaron contra varias librerías ese fatídico mes.

1975 cerró con dos ataques en diciembre, apenas un mes después de la muerte de Franco. Unos desconocidos dispararon contra la librería ‘Ágora’ de Córdoba el día 19. Cuatro días después dos bombas explotaron junto a un establecimiento de París ligado a la CNT. Los dos atentados fueron reivindicados en nombre de los Guerrilleros de Cristo Rey.

Los autores

Son grupos de ultraderecha los autores de los ataques, ligados a organizaciones como Fuerza Nueva de Blas Piñar, los focos neonazis o el germen de otras que se estaban constituyendo como disidentes de la Falange y a las que aún no habían puesto nombre.

En suma, grupos neofalangistas y utraderechistas descontentos con el gobierno de Carlos Arias Navarro, confirmado por el rey como presidente tras la muerte de Franco, al que directamente llamaban traidor, recuerda Fernández Soldevilla.

Unos grupos que incluso en los funerales de las víctimas del terrorismo instaban a un golpe militar porque opinaban que el franquismo se había “ablandado” y que España se dirigía hacia una democracia “inorgánica”.

Para ellos, atacar las librerías “era una forma de atacar a la parte más liberal del franquismo, a la puerta que éste dejó a la cultura”, dice el experto antes de recordar que por ese mismo motivo también atacaban a las salas de cine y a todo lo que permitiera un poco de “libertad”.

Era un forma indirecta también de presionar al Gobierno -no se atrevían a atacarle directamente-, continúa el experto, quien precisa que el hecho de que la prensa se hiciera eco de los atentados a las librerías, incluidos los periódicos extranjeros, les incitaba a seguir actuando.

A partir de 1976, cada vez atacaron menos a negocios y se centraron en las personas. De hecho en 1980 es el año con más asesinatos de la extrema derecha. “Están desesperados, ven que, desde su perspectiva, el franquismo les ha traicionado, consideran a Adolfo Suárez como el gran traidor y ejercen la violencia de forma también desesperada”, apostilla el experto.

Una ventana de libertad

Fernández Soldevilla asegura que las librerías en ese momento eran una “ventana de libertad, una semilla de cultura y democracia y, a la vez, una gran amenaza para la ultraderecha”.

Por eso, rompen escaparates, queman libros… Porque entonces las librerías eran centros de debate, de venta de obras prohibidas, de reuniones clandestinas de partidos y sindicatos.

“La ultraderecha lo sabía, pero no consiguieron cerrar ninguna pese a su violencia contra ellas. Algunas tuvieron que ‘bunkerizarse’, pero ninguna cerró. Perdieron los ultras”, concluye el experto.