Javier Herrero.
Madrid, 19 ago (EFE).- El recrudecimiento de los ataques israelíes en Gaza y la vinculación de un fondo de inversión proisraelí con algunos de los festivales más importantes de España ha puesto este verano en el punto de mira a muchos músicos, impelidos a pronunciarse sobre el conflicto y, en algunos casos, ser arrastrados «por los matices».
Lo vivió en primera persona el músico, compositor y productor Alizzz cuando, tras la renuncia de más de una treintena de artistas, decidió participar en la última edición del Sónar, uno de los eventos propiedad del fondo KKR, tanto por sus lazos personales con la cita y sus responsables directos, como «por lo que es para Barcelona y la música de este país».
«Los artistas nos hemos comido muchos sapos a raíz de ese fondo y cada uno respondimos como consideramos adecuado. En mi caso, añadí unos cuantos matices a lo que estaba pasando sin dejar de condenar el genocidio. Sabía aún así que me iban a caer hostias, pero fueron más de las que yo pensaba, se me fueron seguidores y sufrí un poco de cancelación, con días bastante agrios y tristes», reconoce a EFE.
Pese a haber participado en Sónar y a que las cifras de asistencia en los festivales del fondo KKR no se han visto aparentemente mermadas, alerta de que esa situación es difícilmente sostenible en el tiempo. «Nadie quiere que ese tipo de fondos copen y dirijan nuestra industria cultural, ni siquiera los puramente especuladores que no tienen inversiones en guerras», opina.
Cada vez más artistas hablan
Quiso volcar todo lo que sentía en una canción, ‘Callaíto’, publicada recientemente con un armazón irónico «y vacilón» en el que denuncia los problemas de la coherencia absoluta en este complejo mundo capitalista con versos como «Héroes en redes sociales / Con el iPhone desde el salón / Café de comercio justo / Me lo pillo en Amazon».
«Me parece hipócrita quien nos pide mucha coherencia a los que hacemos lo que podemos con nuestras vidas y sufrimos el señalamiento en redes por cuatro personas que se creen abanderadas de la moralidad», denuncia.
Se muestra consciente de que, al no hacerse diferencia entre el artista y la persona, al músico se le «presupone una responsabilidad a nivel social», así como de que «la música es un gran aparador para pedir este tipo de acciones de boicot», mientras «otras partes de la sociedad y del capital más nocivos están de rositas, porque no tienen nada que defender ni se les pide una ética».
Cada vez más personalidades nacionales de la música se han posicionado. «No sé a qué estáis esperando para acabar con los llantos de los niños palestinos», denunció por ejemplo Manuel Carrasco en un reciente concierto.
Muchos lo han hecho por redes, como Aitana, que se hacía eco de un mensaje de la ONG Rahma Worldwide («Todo el mundo en Gaza tiene hambre»), mientras Pablo Alborán replicaba un pequeño manifiesto en el que se afirmaba que «Si el genocidio no te indigna, tu humanidad está dormida».
Críticas y aplausos recibió Bad Gyal, quien como Alizzz decidió actuar en Arenal Sound, otro festival vinculado a KKR, y usarlo como plataforma para señalar «lo inhumano de lo que está ocurriendo» en Palestina. «No decir nada le hubiese supuesto muchas críticas y decirlo también. Cada uno lo hace lo mejor que puede», comenta Alizzz.
«En la catástrofe de Gaza y esa destrucción absoluta no veo espacio para demasiados matices, pero tampoco veo lógico que se pida a nadie que se una a una cadena de mensajes donde todos dicen lo mismo. Habrá quien lo haya hecho no porque tenga opinión al respecto, sino porque a nivel popular le va a venir bien, y habrá quien, para poner un mensaje vacío, haya preferido no poner nada», reflexiona el catalán.
¿Puede callar Rosalía?
Una postura diferente es la que, en declaraciones a EFE, sostiene el agente cultural, divulgador y experto en teoría de la información Frankie Pizá: «(Hoy) vivimos dentro de una cultura hipervisible, donde cada figura pública participa (quiera o no) en una conversación global alimentada por redes sociales, algoritmos, etc. En este ecosistema, el silencio también expresa algo. No posicionarse es una forma de posicionarse».
Él ha sido uno de los más críticos con el reciente comunicado de Rosalía, en el que indicaba que «el señalamiento debería direccionarse hacia arriba».
«Es injusto exigir a artistas que resuelvan lo que los gobiernos no son capaces de afrontar, pero también es ingenuo pensar que su silencio pueda pasar desapercibido», subraya Pizá.
En el caso de Rosalía, Pizá sostiene que «se trata de una artista internacional que ha sido utilizada como símbolo de lo hispano, de lo global, de una sensibilidad expandida». «Eso la convierte automáticamente en un punto de referencia y presión cuando sucede una masacre retransmitida en directo y amplificada por esas audiencias ‘clínicas'», insiste.
«Es una constructora de imaginario global, una figura con alianzas corporativas millonarias y una influencia cultural que trasciende lo meramente musical. Que su carrera haya sido construida también sobre apropiaciones, discursos de poder y alianzas con marcas la convierte en una figura inmensamente política aunque ella no lo desee», destaca, por lo que opina que no se le puede reclamar el mismo compromiso moral a la catalana que a Melody, por poner un ejemplo.
De fondo, no se le escapa que «la situación contractual de Rosalía debe ser más compleja». «Más que nada por estar ligada a dos emporios discográficos, uno de ellos liderado por un proisraelí consumado como es Lucian Grainge. También por su relación con New Balance, recién estrenada, y más cosas que se nos escapan. La industria del entretenimiento está repleta de sionistas», concluye.