Nablus, la capital económica de Cisjordania ahogada por los controles israelíes

Hussan Shakhshir, alcalde de Nablus, en su oficina. EFE/ Magda Gibelli

Nablus (Cisjordania), 1 may (EFE).- Para entrar y salir de Nablus, la capital económica de Cisjordania, hay que cruzar uno de los nueve puntos de control israelíes que la rodean, un paso que puede llevar horas. Estos controles reforzados desde la guerra en Gaza, sumados a las redadas constantes en la ciudad, están ahogando su comercio, que ha bajado hasta un 90 % en algunos sectores.

Con sus 220.000 habitantes, Nablus es una ciudad palestina encajada en un valle de economía basada en la agricultura, industria del mueble, comercios de ropa o restauración, que pasa ahora por una crisis con raíces en el férreo control israelí a sus accesos.

Se levanta en la zona clasificada como A de Cisjordania ocupada, es decir, bajo control de la Autoridad Nacional Palestina, pero desde 2022, y con más fuerza desde la ofensiva en Gaza, las tropas israelíes son las que deciden quién entra y quién sale de allí.

Los “checkpoints” militares desaniman a los que antes iban a Nablus a comprar ropa, muebles, aceite de oliva o a comer, que ahora se lo piensan dos veces porque no saben cuándo podrán salir. De 120.000 visitas diarias ha pasado a 20.000.

Tres días para recorrer 50 kilómetros

Saher Ba'arah, comerciante de Nablus. EFE/ Magda Gibelli

La industria del mueble, que según la Cámara de Comercio de la ciudad ha caído hasta un 90 % en dos años, es una de las más afectadas. Uno de sus talleres es el de Saher Baarah, que hoy emplea a 11 trabajadores frente a los 20 de antes de la guerra.

El trabajo, dice, ha bajado en un 50 % y el principal problema son los controles militares: “Las mercancías que tardaban 45 minutos en llegar al centro y sur de Cisjordania, ahora llevan un día entero”, resume. En llegar hasta Jerusalén, a apenas 50 kilómetros, pueden tardar entre uno y tres días.

Esta situación ha llevado a un desplome de compradores y obligado a cerrar a cuatro fábricas que él conoce. Otras reducen su trabajo a dos días a la semana. “A veces en un mes no vendemos nada, esto no hay sector que lo soporte”.

La guerra en Gaza, conducida por un gobierno israelí de Benjamín Netanyahu aliado con la ultraderecha sionista, ha coincidido con el recrudecimiento de los ataques de colonos y Nablus es la ciudad de Cisjordania más rodeada de estos asentamientos israelíes, ilegales según el derecho internacional.

En torno a ella hay siete, protegidos por el Ejército israelí, cuyos habitantes sí pueden pasar sin problemas por los controles. “Los colonos se pueden mover libremente, pero para nosotros Nablus es una gran cárcel con muros invisibles”, resume su alcalde, Hussan Shakhshir.

Explica que a veces sus habitantes tienen que dormir en casas de desconocidos fuera de la ciudad por el cierre de los “checkpoints”.

Más violencia de colonos

El gobernador de Nablus, Gahssan Daghlas, en su despacho. EFE/ Magda Gibelli

La región, dice desde su despacho su presidente, Chassam Daghlas, tiene de las tasas más altas de violencia de colonos de Cisjordania -registró 372 de los 1.804 ataques desde enero de 2024, según OCHA-. “Se vive en un estado de tensión constante, entre la violencia de colonos y las incursiones del Ejército israelí”.

Daghlas se refiere a las redadas que, casi diariamente, hacen las tropas israelíes en la ciudad, especialmente en los cuatro campamentos de refugiados que alberga y se distinguen del resto del urbanismo por ser barrios de construcciones abigarradas.

Allí viven los palestinos que en 1948, con la creación del Estado de Israel, fueron expulsados de sus casas por Israel o huyeron de ellas, y que aún reclaman volver a sus tierras.

Para Israel, estos barrios de Nablus son lugares de reclutamiento de las milicias palestinas -en Nablus existió una, la Guarida del León, ya desarticulada- y esa es la razón por la que entran sin previo aviso y arrestan a gente.

Lo resume el exportavoz del Ejército israelí y militar en la reserva Jonathan Conricus: “Actualmente, no hay mucha identificación ni actividad significativa aquí. Hay reclutamiento, incitación”, explica en un mirador con vistas a la ciudad.

Uno de los campamentos es El Ain, donde se asentaron 300 familias en 1948 y ahora viven 10.000 personas. Entre sus callejuelas se ubica la oficina del comité civil que lo gestiona, cuyo vicedirector, Ahmed Shama, relata que las fuerzas israelíes hacen incursiones frecuentes.

Ese mismo día (por este lunes), a las ocho de la mañana, entraron israelíes uniformados con mapas, señalando unos edificios. “Ahora las familias tienen miedo de que destruyan esas casas. No sabemos qué querían, ni qué pasará luego”, indica para añadir que en El Ain “no hay incidentes ni ataques” más allá de los israelíes.

Sus residentes temen acabar como los de campamentos de Yenín o Tulkarem, ciudades más al norte de Cisjordania, arrasados por el Ejército desde que hace cien día lanzó la operación ‘Muro de Hierro’ para acabar con las milicias. Solo en Yenín, provocó el desplazamiento forzoso de 22.000 personas y la demolición de 600 casas.

El presidente de la región afirma que las autoridades palestinas han sabido mantener la seguridad bajo control y dice que lo seguirán haciendo, sin necesidad de que Israel tome la justicia por su mano.

“El gobierno israelí de Netanyahu -afirma Daghlas- tiene la destrucción como ideología y como táctica. Por eso tenemos que mantener la paz, hemos decidido no confrontar”.

María Traspaderne