Nazario: “Soy un gran voyeur, pero también un gran exhibicionista”

El exdibujante de cómics Nazario llevaba años observando y haciendo fotos a los 'sin hogar' que mataban el tiempo bebiendo alcohol en la plaza Real de Barcelona, hasta que un día 'osó' saludarles, y abrió una puerta (sin cerrojo), salvoconducto a unas vidas rotas que ha convertido en una crónica coral. EFE/Alejandro García

Sergio Andreu

Barcelona, 30 mar (EFE)-. El exdibujante de cómics Nazario llevaba años observando y haciendo fotos a los sinhogar que mataban el tiempo bebiendo alcohol en la plaza Real de Barcelona, hasta que un día ‘osó’ saludarles, y abrió una puerta (sin cerrojo), salvoconducto a unas vidas rotas que ha convertido en una crónica coral.

‘Crónicas del gran tirano’ (Anagrama) puede considerarse un volumen satélite de la biografía escrita en entregas con la que Nazario Luque (Castilleja del Campo, 1944) ha ido dando fe de una existencia al margen de lo convencional.

Pero el ‘padre’ de la detective transexual Anarcoma, personaje de la mítica revista ‘El víbora’, cede aquí el protagonismo a varios indigentes alcoholizados que rondaban por los porches de la plaza mendigando para comprar vino barato, a sus discusiones y peleas, y a quienes Nazario había estudiado casi como un entomólogo desde su casa.

El dibujante y pintor retirado recibe a EFE en ese piso, una atalaya cotilla que le permite controlar todo lo que se mueve por la zona.

Como ni el interfono ni el ascensor funcionan, lanza las llaves en una bolsa desde la ventana para que el equipo de EFE entre y suba los cuatro pisos que le tienen atrapado el día de la entrevista.

“Llegáis antes de hora. Me habéis pillado echándome la siesta”, se queja medio en broma al abrir la puerta, que da paso a una pequeña cocina donde prepara un café.

Mientras, no pone problemas a que los invitados curioseen las fotos y dibujos colgados en las paredes, o fisguen en los estantes llenos de cd de ópera (que ya no escucha), fetiches sexuales, libros y recuerdos de una vida que compartió 36 años con su marido, el escultor Alejandro Molina, fallecido en 2015: “Viudo es una palabra que no me gusta nada”, ataja.

Nazario tiene paciencia, incluso parece disfrutar de las indicaciones del fotógrafo para que pose en la azotea donde tiende la ropa o se coloque junto la ventana con la cámara con la que retrató a los protagonistas del libro, algunos fallecidos antes de la pandemia, que también le dejó muy tocado a él por un enfisema.

“Los veía desde hacía tiempo y un día -en verano de 2015- contacté con ellos. Decidí bajarles comida, mi ‘caballo de Troya’. Pero no sólo fue la comida, sino que hablábamos, escuchaba sus problemas. Ahí nacieron unas relaciones y el conocimiento de un mundo hermético para mí”, explica el artista mientras enseña aquellas fotos, primero robadas y luego consentidas.

El ‘gran tirano’ del título es Mitch, un marroquí enfermo que va en silla de ruedas por una pierna amputada, que actúa como un reyezuelo déspota, “seductor, manipulador y chantajista”, en esta Corte de los Milagros que habitan Helga, una alemana, impedida y con momentos de coqueta lucidez; Omar, el escudero encargado de las compras o de empujar las sillas, y Moisés, el más anónimo de todos.

“Tuve tacto de no preguntarles de dónde venían; si habían estado en la cárcel no les preguntaba por qué. Me limitaba a escuchar lo que querían decir. Lo mismo que yo”, explica el exdibujante, que no les habló de su homosexualidad porque intuía la homofobia del grupo, y temía que Mitch quisiera manejarlo.

A partir de su diario, Nazario narra las borracheras de tetrabrik, los problemas con los albergues donde duermen, las confidencias, las entradas y salidas de centros de desintoxicación de este grupo humano entroncado con ‘Los olvidados’ de Buñuel o la literatura de Conrad y Genet.

Una experiencia que le abdujo durante los cuatro años que funcionó su “micro-ong individualista y anárquica”, una simbiosis altruista terapéutica para combatir la soledad generada por la muerte de su marido.

Las horas que dedicó a “espiar” a los habitantes de la plaza -tiene cinco discos duros con fotos que se niega a colgar en la nube- hacen que se vea como James Stewart en la ‘Ventana indiscreta’, de Hitchcock, aunque con matices.

“Soy un gran exhibicionista, no me corto. Sería como si Stewart además de mirar a los demás, de pronto se acercara a la ventana, se abriera la gabardina y se mostrará. Ese soy yo, no sólo en el papel de voyeur, sino de exhibicionista”, se autodefine sin pudor.

Nazario hace años que ni dibuja cómics ni pinta, porque no tiene “ni la vista ni el pulso de antes”, prefiere centrarse en su diarios a los que dedica unas horas cada día, sin regodearse en el pasado, ni pensar demasiado que su Barcelona haya perdido la identidad por el turismo.

“La palabra nostalgia es tan horrorosa como eternidad, que me produce vómitos al oírla. Si me preguntan: ‘¿te gustaría volver a tener veinte años?, pienso ‘sería terrible’. Primero, porque no me gustaría volver a tenerlos y segundo, porque no me gustaría dejar de tener 81. Estoy muy contento con lo que tengo ahora”, afirma orgulloso, con los pies bien apoyados en 2025.

De momento, trabaja en otro libro sobre una “panda de cuatro carrozas” (todos trasuntos suyos) que hablan de amantes en el desaparecido bar Cosmos de las Ramblas donde se reunían homosexuales, lo que le permitirá recordar (y exhibir), con esa lengua procaz marca de la casa, sus intimidades e infinitas experiencias.

En cuanto a los homenajes que uno espera a cierta edad, se siente satisfecho de los que ha recibido, aunque advierte: “Lo que sí me jode es cuando esos reconocimientos son póstumos. Lo que tengan que homenajearme que lo hagan ahora y que me dejen tranquilo cuando esté muerto”.