Kerrville, 6 jul (EFE).– Las luces de los rescatistas despertaron a Lorena Guillén en plena madrugada. Desde afuera llegaban gritos. Abrió la ventana de su casa y vio cómo el río Guadalupe había crecido al menos diez metros desde que se había ido a dormir, cubriendo por completo los siete acres de su propiedad.
Guillén vive junto al cauce y alquila parcelas de su terreno a personas que llegan con sus autocaravanas —RV, como se les conoce en inglés— y pagan una renta mensual para estacionarse allí. Una de esas familias, dos adultos y tres niños, se aferraba a un árbol, luchando por no ser arrastrada por la corriente.
«¡Aviéntame a uno de tus hijos!», le gritó al padre otro de los inquilinos, intentando ayudar. Los brazos cedieron, y desde su ventana, Guillén vio cómo desaparecían entre ramas, árboles y el avance violento del agua.
Las inundaciones provocadas por una tormenta que golpeó el sur de Texas entre la noche del sábado y la madrugada del domingo dejan ya al menos 52 muertos, además de una cifra indeterminada de desaparecidos —incluidas 27 niñas que pasaban el verano en un campamento cristiano.
Los estragos que dejó la crecida del río Guadalupe, que se extiende por 370 kilómetros y divide varios pueblos a la mitad, alcanzan hasta donde llega la vista.
Carros volteados con las llantas hacia arriba, como juguetes abandonados por un niño; quimeras de escombros con trozos de ventanas, canoas, colchones y postes de luz; pedazos de asfalto esparcidos como piezas de rompecabezas.
Entre los restos, los distintos cuerpos de seguridad desplegados en la zona continuaron con la búsqueda de los desaparecidos. En botes, helicópteros y a pie, las autoridades recorrieron la zona y lograron rescatar con vida a unas 850 personas, según informaron los líderes locales.
El alguacil del condado de Kerr, Larry Leitha Jr., aseguró el domingo que no se detendrán hasta que «cada una de las personas sea encontrada».
«Esta comunidad es fuerte y seguirá unida durante este momento tan doloroso», recalcó Leitha Jr. a los reporteros. Por su parte, el gobernador del estado, Greg Abbott, solicitó a la administración de Donald Trump que firmara una declaración de desastre y declaró el domingo como un «día de oración» a nivel estatal en honor a las víctimas.
Alertas de emergencia

Desde la 1:00 del sábado, el Servicio Nacional de Meteorología (NWS, por sus siglas en inglés) comenzó a emitir alertas sobre la amenaza de inundaciones en los condados de Bandera y Kerr.
Guillén recibió varias de ellas en su celular, pero, según relató a EFE, estos avisos son comunes en la zona: «Recibimos muchísimos al año». Antes de irse a dormir, consultó con el alguacil del condado de Kerr, quien, según contó, le dijo que no existía ninguna orden de evacuación. Guillén es originaria de San Luis Potosí, México.
En una de las primeras ruedas de prensa tras el desastre, las autoridades reconocieron que los pronósticos de lluvia subestimaron las precipitaciones.
Algunos expertos, sin embargo, han expresado dudas sobre qué tan preparada estaba la región, dada la magnitud de la tragedia.
«Parece que se podrían haber llevado (…) medidas preventivas para reducir el riesgo de muertes si los organizadores de los campamentos afectados y las autoridades locales hubieran atendido las advertencias del gobierno y de fuentes meteorológicas privadas», señaló el principal meteorólogo de la empresa AccuWeather, según reportó el medio local The Texas Tribune.
En total, entre la noche del 3 de julio y la madrugada del 4 se acumularon entre 12.7 y 27.9 centímetros de lluvia en los condados de Kerr, Bandera, Tom Green y Kendall, según el NWS.
«Estoy afortunado de estar vivo»
A sus 70 años, Jef Haflin ha vivido casi toda su vida cerca del río Guadalupe. Sin embargo, subrayó a EFE, nunca había visto una inundación de esta gravedad.
Apoyado en una silla metálica, rodeado de las pocas pertenencias que logró sacar de su autocaravana —una funda de guitarra, unas botas de vaquero, dos cajones de cocina llenos de lodo—, el tejano contó que también vio las alertas en su teléfono, pero no les hizo mayor caso porque está «acostumbrado».
Alrededor de las tres de la mañana, cuando estaba a punto de irse a la cama, el dueño del terreno donde está su casa rodante golpeó a su puerta. Cuando salió, el agua ya le llegaba hasta las rodillas.
«Escuché a gente que, en sus caravanas, estaba siendo arrastrada río abajo y pedía ayuda. Nosotros no podíamos hacer nada», relató. «Estoy afortunado de estar vivo».