Nuestros ancestros cambiaron de menú mucho antes de tener los dientes idóneos para comerlo

Los dientes de los homininos, especialmente las muelas, se hicieron más pequeños y más largos a lo largo de milenios para adaptarse a una dieta creciente de plantas, como las gramíneas. Crédito: Don Hitchcock; Fernando Losada Rodríguez. Imagen facilitada por la Universidad  de Dartmouth.

Redacción Ciencia, 31 jul (EFE).- A medida que los primeros humanos se expandieron desde los frondosos bosques africanos hacia las praderas, su necesidad de fuentes de energía accesibles los llevó a desarrollar un gusto por las plantas herbáceas. Ahora, nuevas evidencias isotópicas y fósiles apuntan que comenzaron a ingerirlas sin tener los dientes ideales para ello.

Dirigida por la Universidad de Dartmouth, en Estados Unidos, la investigación se publica en la revista Science y respalda el concepto largamente hipotetizado del «impulso conductual», en el que los comportamientos beneficiosos para la supervivencia surgen antes que las adaptaciones físicas que lo hacen más fácil.

Este concepto ha dado forma a la teoría evolutiva durante mucho tiempo, sin embargo, detectarlo en el registro fósil es un desafío porque los comportamientos a menudo se infieren de los rasgos físicos, lo que dificulta evaluarlos independientemente de sus morfologías asociadas, señala la revista.

Para superarlo, los investigadores examinaron dientes fosilizados de homínidos en busca de isótopos de carbono y oxígeno que quedaban tras comer plantas conocidas como gramíneas, que incluyen pastos y juncos. Descubrieron que estos se inclinaban por consumir estas plantas ricas en carbohidratos mucho antes de que sus dientes evolucionaran para masticarlas eficazmente.

Según los autores, al menos tres linajes de primates del Plioceno, incluyendo a los primeros homininos, realizaron una transición independiente hacia dietas graminívoras, a pesar de carecer de estos rasgos especializados.

No fue hasta 700.000 años después cuando la evolución finalmente les alcanzó en forma de molares más largos, como los que permiten a los humanos modernos masticar fácilmente las fibras vegetales duras.

«Podemos afirmar con certeza que los homininos eran bastante flexibles en cuanto a su comportamiento y que esa era su ventaja», subraya Luke Fannin, para quien los hallazgos sugieren que su éxito se debió a su capacidad para adaptarse a nuevos entornos a pesar de sus limitaciones físicas.

Para llegar a sus conclusiones, el equipo analizó dientes de varias especies, empezando por el Australopithecus afarensis, para seguir la evolución del consumo de diferentes partes de gramíneas a lo largo de milenios.

A modo de comparación, también analizaron los dientes fosilizados de dos especies de primates extintas que vivieron aproximadamente en la misma época.

Las tres especies dejaron de alimentarse de frutas, flores e insectos para pasar a alimentarse de hierbas y juncos hace entre 3,4 y 4,8 millones de años, lo que ocurrió a pesar de carecer de los dientes y los sistemas digestivos óptimos para comer estas plantas más duras.

Los homininos y los dos primates mostraron dietas vegetales similares hasta hace 2,3 millones de años, cuando los isótopos de carbono y oxígeno en los dientes de los primeros cambiaron abruptamente.

Esta caída en las proporciones de ambos isótopos sugiere que el antepasado humano de la época, el Homo rudolfensis, redujo el consumo de gramíneas y bebió más agua empobrecida en oxígeno, detalla un comunicado de la universidad.

Los homininos posteriores obtuvieron acceso regular a órganos vegetales subterráneos conocidos como tubérculos, bulbos y cormos.

El agua empobrecida en oxígeno también se encuentra en estos apéndices abultados que muchas gramíneas utilizan para almacenar grandes cantidades de carbohidratos a salvo de los animales herbívoros.

«Proponemos que este cambio hacia los alimentos subterráneos fue un momento decisivo en nuestra evolución», dice Fannin. «Creó un exceso de carbohidratos que eran perennes: nuestros antepasados podían acceder a ellos en cualquier época del año para alimentarse a sí mismos y a otras personas».

«Incluso ahora, nuestra economía global gira en torno a unas pocas especies de gramíneas: el arroz, el trigo, el maíz y la cebada», afirma Nathaniel Dominy, para quien «nuestros antepasados hicieron algo completamente inesperado que cambió las reglas del juego para la historia de las especies en la Tierra».