Paloma María Palomo
Mérida, 5 jul (EFE).- Esta ‘Numancia’, la que ha elevado el telón del Festival de Teatro de Mérida, es mucho más que una historia de hambre, guerra y amor; mucho más que un grito colectivo de dignidad frente a una voz única de vasallaje. Es un conversatorio entre Miguel de Cervantes y José Luis Alonso de Santos en torno a España.
Ya lo dijo este último en los días anteriores al estreno: es un canto al español y al escritor alcalaíno, un drama donde destaca el numantino poder del «juntos» (una de las palabras más repetidas de la obra) frente al ego del ‘yo’ que el romano Escipión busca imponer con sangre y hambre con tal de recibir la corona del triunfador.
Con una escenografía muy bien cuidada y un escenario, el del teatro romano de Mérida, que invita al público a entrar en aquella Numancia que decidió morirse en el verano -seguramente no con tanto calor- del año 133 a.C., el dramaturgo Alonso de Santos saca pecho por España, pues no olvidemos que estamos ante la primera gran tragedia de este país.
Los espectadores han vivido con tensión el anhelo de la paz que grita Numancia, la llegada de Escipión, interpretado por un gran Javier Lara, y el dolor de ver una ciudad asediada, un cerco sembrado de miseria que pretende la rendición de todo un pueblo.
Ahogados por el egoísmo más humillante del que sólo sabe mirarse en el espejo de Roma, las numantinas y los numantinos empiezan a morir de hambre. Su líder es Arturo Querejeta, también llamado Teógenes, o viceversa, pues sublimes son ambos para hablar de dignidad, derechos, libertad y, aunque sea una contradicción, de vida.
Es Teógenes o Querejeta -la fusión es maravillosa- quien cose poco a poco la bandera del suicidio colectivo antes que hilar la blanca, la de la humillación y la esclavitud.
A su lado, Pepa Pedroche, una de las grandes damas de la interpretación clásica. Encarna el gran dolor de un madre numantina, representación exacta del desastre familiar que supone el asedio. Con un hijo muerto y un bebé en brazos al que le espera idéntico destino, la actriz ha moldeado con su voz y sus gestos el rostro de la desesperación humana.
Pero es más. Representa el papel trascendental que Cervantes otorgó a las mujeres en el siglo XVI con esta obra, pues ellas son las que ondean esa bandera de Teógenes.
Entre ellas, aunque sin nombres en la obra, están las actrices Carmen del Valle y Karmele Aranburu. Con bravura acuden a los hombres para solicitar unirse al plan. Si no queda ninguno de ellos, que tampoco quede ninguna de ellas. Lo dicho, está obra también va de mujeres muy fuertes.
En un intento de suavizar la historia o, quizá, añadirle más crudeza -a gusto del espectador-, Alonso de Santos rescata las vivencias de Lira (Ania Hernández) y Morandro (Andrés Picazo) para conmover aún más. Ellos son el amor platónico que navega por un mar de hambre y escombros; el amor que, a la postre, va a ser infinito.
Ante la pregunta de qué estarías dispuesto a hacer en una situación de hambre, Morandro responde a la carrera y se enfrenta al cerco para conseguir algo de comida para su amada. Su más que posible muerte para dar algo más de vida a ella.
Puede que estos personajes sean un reflejo de la juventud que resiste a las injusticias y que lucha con el entendimiento de que la libertad exige sacrificio.
Alonso de Santos, fiel defensor de Cervantes como el arquitecto de la lengua española, ha mantenido las cinco alegorías que trazan la obra: el hambre, la guerra, España, el río Duero y la fama.
La guerra (Carmen del Valle) se ha mostrado como un personaje frío e, incluso, irónico en cierta medida, quizá uno de los que podría haber sido más criticados por decir grandes verdades en un momento en el que parece que sus líneas están escritas expresamente para estos días.
El suicidio final de un muchacho que había huido del destino de su pueblo le da finalmente la victoria, la de la dignidad humana. Todo esto ante Escipión, que ensalza el valor del chico al saltar de la muralla, rindiendo así homenaje a la decisión de los numantinos.
La fama ha bajado el telón. La fama entendida como mensaje heroico, la dibujada en tonos de honor, la descrita por un pueblo con la pluma de un Cervantes que cinceló esta tragedia muchos años antes de poner a cabalgar a don Quijote. EFE