Madrid, 11 mar (EFE).- Zafiros, rubíes, esmeraldas o diamantes, las piedras preciosas fascinan al ser humano desde hace siglos y Óscar Martínez rastrea las huellas de esa fascinación en la mitología, la literatura o la historia del arte en ‘El jardín mineral’ (Siruela).
Fusión de ensayo personal y libro de viajes, el libro ofrece una visión caleidoscópica de las gemas y su influencia cultural en un formato ligero y de dimensiones reducidas que el autor plantea como “un refugio frente a la oscuridad que nos rodea”.
Doctor en Bellas Artes y licenciado en Historia del Arte, Martínez (Almansa, 1977) recuerda que empezó a escribir su anterior ensayo, ‘El eco pintado’ (2023), dos días antes de la invasión de Ucrania. “Ahora estamos viviendo otro momento complicado y lo planteo un poco como ejercicio de resistencia y de búsqueda de la calma y la paz que da la belleza”.
Dibujante y grabador, aunque ha aparcado esa faceta artística para dedicarse a la docencia y la literatura, Martínez debutó con ‘Umbrales’ (2021) y ‘El jardín mineral’ es su tercer ensayo.
Los tres libros tienen en común el arte y una llamada de atención para observar los detalles, sean las puertas de iglesias, fortalezas y palacios, las pinturas que se ocultan en otras pinturas o, en este caso, las piedras preciosas.
“Vivimos en el capitalismo de la atención, que algunas personas ya han definido, y creo que un ejercicio de resistencia es detenernos, leer, disfrutar del momento, maravillarnos con las pequeñas cosas y parar un momento en esa vorágine que nos rodea”, afirma.
Dice que aproximarse a una piedra preciosa y contemplarla con detenimiento es como adentrarse en un universo en miniatura.
Nacidas en las profundidades del mar, como la perla, en la resina de los árboles, como el ámbar, o en los rincones más recónditos de la tierra, como las esmeraldas, sus brillos y colores han sido símbolo de riquezas y han estado rodeadas de multitud de leyendas.
Se detiene, por ejemplo, en el mito de Faetón, hijo del Sol, que convenció a su padre para que le dejara conducir su carro y causó todo tipo de desastres. En castigo, Zeus acabó con su vida y convirtió a sus hermanas en siete álamos negros y sus lágrimas, en gotas de ámbar.
Y en otros más conocidos, como los corales formados de la sangre de Medusa que salpicó las algas cuando Perseo dejó su cabeza junto a la playa.
También reflexiona sobre la simbología de los colores y su ambivalencia. El rojo del rubí puede ser símbolo de pasión y de amor, pero también de agresividad, de guerra y sangre. Y lo mismo ocurre con el verde, que evoca regeneración, renacimiento, pero también veneno, mentira o traición.
“El blanco, la luz pura de una perla o de un brillante es más difícil que tengan una asociación negativa, pero el rojo y el verde son colores ambivalentes”, señala.
En el viaje que propone Martínez, una esmeralda puede llevar al lector desde el broche de Teodora en la iglesia bizantina de San Vital de Rávena, en Italia, a las selvas latinoamericanas conquistadas en el siglo XV y XVI.
“Las piedras preciosas siempre nos han fascinado”, subraya Martínez, “nos gustan sus colores y sus brillos, nos gusta lo exclusivo, lo difícil de conseguir y lo exótico, y las gemas tienen todo eso”.