Madrid, 9 jun (EFE).- Con más de 575.000 localidades vendidas y con 15 carteles de ‘no hay billetes’ en las taquillas, la madrileña feria de San Isidro ha vuelto a confirmarse, un año más, como un excelente negocio, pero, a la vez y paradójicamente, también como una larga sucesión de pobres espectáculos.

El hecho de que, pese a la persistente corriente antitaurina, la tauromaquia haya vuelto a atraer masivamente al público, como también demuestran otras ferias y plazas, hace que mantenga y hasta mejore su buena salud económica, con el rentabilísimo abono madrileño como estandarte.

Solo que ese creciente interés, y especialmente de un mayoritario público joven, no se acompaña de resultados artísticos similares, como ha demostrado una feria de San Isidro cuyo simple análisis estadístico ya resulta de por sí de bajísimo nivel, con solo doce orejas cortadas por los matadores y una única salida a hombros dentro del abono.
Y esa sensación es mayor si se incide en lo realizado por una gran parte de los toreros, especialmente muchos de los llamados figuras, que no solo no han brillado en el duro examen de la primera plaza del mundo, sino que, en demasiados casos, han desaprovechado el excelente juego de muchos de los toros.
Pese a las altas exigencias de trapío, kilos y pitones de Las Ventas, han sido una treintena larga los ejemplares de claro triunfo que han salido a su ruedo, manteniendo esa media anual de un veinte por ciento, para dejar en evidencia el momento por el que atraviesa un escalafón necesitado de una urgente renovación.
Si se exceptúan las soberbias actuaciones de Morante de la Puebla, que, en su mejor momento, navega al margen, lo más destacado lo han realizado toreros relegados de las grandes citas, como Fortes, con una actuación de intensa autenticidad, el veterano Uceda Leal, con una precisa lección de clasicismo, o Víctor Hernández, entregado al máximo del riesgo, al igual que Rafa Serna.
A ellos no les cupo en suerte ninguno de esos toros con grandes opciones, como tampoco a algunos jóvenes que arriesgaron ante animales complejos, tal que el francés Clemente, el colombiano Juan de Castilla o el mexicano Diego San Román, aunque no llegaran a obtener premios siquiera de tan medido valor como las orejas que pasearon Isaac Fonseca, Román o Gómez del Pilar, entre los menos habituales en las ferias.
De la parte alta, se salvaron Pablo Aguado, Borja Jiménez y, a pesar de su segunda actuación, Alejandro Talavante, que disfrutó de esa única y muy generosa salida a hombros -sin contar con la de Morante en la Beneficencia- de un abono en el que Roca Rey, Emilio de Justo -estos aun con el corte de orejas-, José María Manzanares y Sebastián Castella dejaron una pobre impresión.
La mayoría, además, dejaron escapar toros de notable bravura, como casi todos los lidiados por Tomás Rufo y Fernando Adrián, supuestos aspirantes al relevo en un escalafón aquejado de un dilatado conformismo, con muchos toreros de fama instalados en la comodidad de las empresas que manejan el negocio y con una técnica especulativa que hace de la lidia un espectáculo anodino.
Entre los novilleros de una generación prometedora, el más destacado fue el aragonés Aarón Palacio, cuya actitud contrastó con el calvario de Marco Pérez en la forzada y opaca actuación en solitario con la que se presentó en Las Ventas, en un duro choque de realidad. Y tampoco brillaron las solo dos corridas de rejones, en las que Diego Ventura no encontró competencia para pasear una oreja en cada una de sus apariciones, haciendo que al total de trofeos se sumaran, aparte del logrado por Palacio, otros cuatro para los toreros de a caballo.
En el capítulo ganadero sobresalieron hasta siete ejemplares de Victoriano del Río, que fue, con diferencia, la mejor divisa de la feria, junto a la de Jandilla, con una completa corrida, además de notables ejemplares de Fuente Ymbro, Pedraza de Yeltes, Zacarías Moreno, Torrealta, Garcigrande, El Torero, El Parralejo, Lagunajanda, Puerto de San Lorenzo, La Quinta…, que casi siempre se fueron con las orejas.
En algunos casos, como el de Miguel Ángel Perera, los toreros perdieron esos trofeos por sus fallos con la espada, en otra preocupante tónica general de pinchazos y estocadas defectuosas, al igual que, salvo honrosas excepciones, la del bajo nivel de las cuadrillas como un elemento negativo más para entender el resultado final.
De todas formas, el hecho incontestable es que los tendidos de Las Ventas han acogido en 27 días a una media de 21.432 espectadores -un 93 por ciento de su aforo total y un dos por ciento más que en 2024-, atraídos por una cita que, de momento, sigue siendo muy atractiva para un público entusiasta al margen de lo que suceda en el ruedo.