Pablo, el capellán de Barajas: “El aeropuerto ofrece condiciones que la calle no da”

Una persona duerme en el Aeropuerto de Barajas. EFE/Fernando Villar

Nahia Peciña

Madrid, 17 may (EFE).- En las entrañas del aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, donde miles de personas recorren sus pasillos cada día, existen otras vidas que no despegan, las de personas sin hogar cuya presencia, ahora más que nunca, provoca tensiones y discrepancias entre las administraciones local, autonómica y central.

Aunque llevan años pernoctando en lo que se considera la puerta de entrada a España, relata a EFE Pablo Seco, capellán del aeropuerto, no es su presencia lo que ha generado los desencuentros, sino su creciente visibilidad.

“Siempre ha habido personas sin hogar en Barajas, lo que pasa es que ahora se ven más”, asegura el sacerdote.

Seco explica que, desde que empezó a desarrollar sus labores religiosas en Barajas hace dos años, tras volver de Japón, donde predicó la palabra de Dios durante veinticinco años, en el aeropuerto siempre ha habido “cientos de personas”, aunque ahora se estima que hay 412 personas sin hogar, un aumento que el capellán atribuye a las bajas temperaturas de los últimos meses.

Para quienes han perdido su casa, su trabajo o el rumbo -detalla- Barajas es mucho más que un aeropuerto, al tratarse de un lugar amplio y limpio, con baños, agua caliente e incluso enchufes para cargar el móvil, algo que no ofrecen otros espacios de Madrid.

Estas circunstancias han hecho del aeropuerto una especie de refugio informal, ya que, a juicio del religioso, personas que no encajan en los dispositivos institucionales, por desconfianza, falta de documentación o por pura necesidad de autonomía, acaban encontrando aquí un techo seguro, al menos por unas noches.

Las diferentes realidades de las personas sin hogar

Lejos de los estereotipos, el capellán insiste en la variedad de perfiles que pernoctan en el aeropuerto de Barajas, que van desde trabajadores precarios que no pueden pagar un alquiler hasta personas migrantes en tránsito o vecinos de Madrid en situación de exclusión.

“Muchas veces no buscan una solución habitacional. No quieren ir a un centro. Quieren ducharse, descansar, y, sobre todo, que alguien los trate como personas”, agrega.

“El problema no está en el aeropuerto, sino fuera de él: en una ciudad que no acoge, en políticas que no comprenden las diferentes realidades del sinhogarismo y en una sociedad que pide soluciones rápidas para problemas complejos”, afirma.

A su juicio, el problema no está solo en la falta de techo, sino en una estructura que no permite caer y levantarse con “dignidad”.

“Hay personas que simplemente no tienen interés en salir de esta situación, ni buscan una reinserción tradicional en el sistema de vivienda”, explica, tras asegurar que “no se trata tanto de si pueden o quieren volver a una casa, sino de cómo pueden vivir con un poco de dignidad y respeto”.

“No se trata de meter a las personas en una casa a toda costa, sino de entender qué quieren y qué necesitan realmente. Y eso muchas veces pasa por escucharlos, no por decidir por ellos”, subraya.

 

La lucha por sobrevivir

Entre las historias ligadas al aeropuerto está la de Salvador Méndez, un joven madrileño de 28 años, que duerme en Barajas desde hace casi tres años, su único refugio desde que su familia lo abandonó.

“Básicamente lo que hago es buscar trabajo. No tengo empleo y estoy en el aeropuerto día a día, luchando por sobrevivir”, cuenta.

Asimismo, reconoce que los servicios sociales “están saturados” y no siempre pueden responder con eficacia.

Desde su llegada en 2022, Méndez ha visto cómo la situación en Barajas se ha deteriorado: “Hay muchísima más gente que antes. El frío influye, pero también el boca a boca. La gente comenta que aquí, al menos, hay algo de refugio”.

Sobre el reciente cierre nocturno de algunas terminales, como medida para reducir la presencia de personas sin hogar, opina que es “un error”, ya que “solo ha creado malestar y caos, sin llegar a resolver nada”.