Ciudad de Panamá, 10 jun (EFE).- Las autoridades panameñas trasladaron por mar a un grupo de 109 migrantes de diversas nacionalidades hasta una población del Caribe panameño, fronteriza con Colombia, para que continúen su viaje de retorno hacia Suramérica, después de no lograr su objetivo de asentarse en Estados Unidos tras el endurecimiento de las políticas migratorias por parte de la Administración de Donald Trump.
El Servicio Nacional de Migración (SNM) del país centroamericano informó este martes en un comunicado que el traslado desde el puerto caribeño de Colón hasta La Miel se hizo en una embarcación del Servicio Nacional Aeronaval (Senan) de Panamá, «como parte del operativo de flujo inverso» de migrantes.
La embarcación «zarpó con migrantes de 9 nacionalidades, entre ellos 75 adultos y 34 menores», señala la breve información oficial, destacando el «compromiso interinstitucional con una migración segura y humanitaria en el flujo inverso».
Una fuente conocedora del proceso, que pidió el anonimato, explicó a EFE que la embarcación zarpó el lunes, y que muchos de esos migrantes se habían acogido a la opción del flujo inverso a su llegada al Centro de Atención Temporal para Migrantes (Catem) en Costa Rica, donde se coordinó el traslado con las autoridades panameñas.
Esos migrantes son enviados en autobuses desde Costa Rica hasta un albergue cerca de la selva de Darién, fronteriza con Colombia y que muchos de ellos habían cruzado ya antes a pie cuando se dirigían a Estados Unidos. Sin embargo, el camino de retorno por la jungla no es posible, y por eso se habilitan las embarcaciones.
Hasta ahora, lo más común había sido que los migrantes tomaran embarcaciones privadas en el puerto caribeño de Miramar, para desde ahí navegar hasta La Miel, cerca de Colombia.
Los pasajes estaban entre los 150 y los 260 dólares, según se viajase en un barco de mayores dimensiones (más lento y barato), o en una lancha (más cara y rápida), un coste elevado que impedía a muchas familias migrantes continuar su viaje, al no disponer de esa cantidad, quedándose varados en Panamá mientras reunían el dinero.
Sin embargo, en la embarcación del Senan los migrantes hacen «un aporte mínimo» para el viaje, según explicó la fuente a EFE, convirtiéndose así en una alternativa más factible para estas personas de bajos recursos, muchos de ellos con meses en la carretera tras un camino de ida y vuelta desde Suramérica.
Diez meses de viaje de sur a norte, y el retorno
Es el caso de la migrante venezolana Mari Cordero, que viaja con su esposo y su hijo de siete años, y que afirmó a EFE que aunque les dijeron que ese viaje en barco era «gratis», no pudieron tomarlo porque solo disponen de 30 dólares, y la embarcación privada de La Miel a Colombia cuesta entre 35 y 45 dólares por persona, según les cometaron.
Cordero y su familia se encuentran en Panamá después de salir de Venezuela hace casi diez meses.
Cruzaron la selva del Darién y tras recorrer Centroamérica llegaron a México, donde los «secuestraron» una semana hasta que consiguieron el dinero que les reclamaban, para luego, cuando ya habían conseguido la cita para entrar de manera regular a Estados Unidos, todo se canceló con la llegada de Trump al poder.
«Tres meses y pico esperando la cita, y cuando nos salió, Trump cortó todo», lamentó Cordero, por lo que decidieron regresar a Venezuela, «sin nada, pero juntos».
El regreso fue más rápido, sin los impedimentos que solían tener para ir hacia el norte, cuando iban «como en sardinita en lata, escondidos todos, de allá para acá», por miedo a que los deportaran, aunque critica el paso en Costa Rica por el centro migratorio: «Allá me agarró migración, me metieron presa 15 días y nos trataron de lo peor».
Cordero ríe al decir que no le importaría que la deportaran a Venezuela, sería todo más rápido, y aunque existe la posibilidad de tomar los «vuelos humanitarios» de regreso organizados por la ONU u otros países, no pueden al carecer de pasaporte o «salvoconducto».
Este flujo migratorio inverso de norte a sur se ha convertido casi en el único existente en países como Panamá, donde antes de la llegada de Trump cientos de migrantes cruzaban a diario la selva de Darién en su camino a Estados Unidos, con la cifra récord de más de 500.000 en 2023, mientras que ahora esos números se han reducido a mínimos
En abril pasado, el presidente panameño, José Raúl Mulino, declaró que «para todos los efectos prácticos» el Darién como paso migratorio irregular estaba cerrado, con el argumento de que ese mes habían cruzado la jungla apenas 73 migrantes en su camino hacia Norteamérica, frente a los 194 que lo habían hecho en marzo o los 29.259 que lo hicieron en abril del año pasado, lo que supone una caída respecto a 2024 del 99,7 %.