José María Rodríguez

Las Palmas de Gran Canaria, 30 may (EFE).- Quince veces intentó pedir ayuda desde el móvil uno de los 55 hombres del cayuco que partió de Mauritania hacia Canarias el 23 de enero de 2024 cuando se hizo evidente que todos iban a morir si el motor no arrancaba, por cerca que estuvieran de llegar, pero no hay cobertura en el océano.

El 13 de abril se cumplió un año desde que unos pescadores de la bahía de Maiaú, en Pará (nordeste de Brasil), encontraron a la deriva una embarcación blanca y azul celeste de unos quince metros de eslora con nueve cadáveres muy deteriorados a bordo, 27 móviles y dos documentos de identidad: uno de Mauritania y otro de Mali.

El primero de ellos pertenece a Souleimane Sada Gassama; el segundo, a Souloumou Diawara. Las autoridades brasileñas no han podido averiguar si alguno de los cuerpos se corresponde con esas identidades, pues no hay ningún indicio que los relacione de forma fehaciente. De hecho, los nueve siguen a día de hoy sin identificar.

Los intentos de la Policía Federal de Brasil para cotejar sus huellas dactilares con los registros policiales de Mauritania y Mali han servido de poco, así que los nueve fueron enterrados sin nombre en un cementerio de Belém al cabo de doce días, aunque se conservan perfiles de ADN por si alguna familia demanda un análisis genético.

Solo en el primer trimestre de 2024, una veintena de cayucos de Mauritania se perdieron en el Atlántico rumbo a Canarias con un millar de personas bordo. La Agencia EFE ha cruzado datos recopilados por la Policía Federal de Brasil con detalles obtenidos por la Cruz Roja y la ONG española Caminando Fronteras a través de las familias de migrantes desaparecidos en los primeros meses de 2024.
El resultado revela cuál de esas embarcaciones perdidas es la que apareció en la costa amazónica.
Una tragedia que en América aún cuesta creer
Desde la crisis de los cayucos de 2006, como se llamó en España a la primera gran oleada migratoria hacia Canarias (31.678 llegadas), más de una docena de barcas de Mauritania, Senegal o Gambia han alcanzado América sin nadie con vida a bordo, solo muertos. El primer caso se documentó en Barbabos el 26 de abril de aquel año.
Sin embargo, sigue impactando tanto pensar que una barca artesanal de pesca pueda atravesar sin hundirse 3.000 o 4.000 kilómetros de océano arrastrada por las corrientes durante meses, que no es raro que en América Latina esos accidentes se atribuyan a migraciones locales, a desplazamientos de refugiados haitianos o venezolanos. Aún cuesta concebir allí la tragedia que les llega desde África.
No fue el caso de la Policía Federal de Brasil ni de la Policía Civil de Belém. Conocían el precedente de Tobago, a donde llegó en mayo de 2021 otro cayuco mauritano muy similar con una quincena de cadáveres a bordo, pero además disponían de una prueba inequívoca, como eran los dos documentos de Mauritania y Mali.
El segundo de ellos incluía además una pista adicional: una anotación acreditaba que Diawara había cruzado la frontera de Mali a Mauritania el 17 de enero, así que tuvo que embarcarse después. Pero, ¿cuándo? ¿dónde? Esos detalles importan, porque, al margen de los traficantes, solo las familias saben quién salió con quién, qué día y de qué lugar.
En enero de 2024 llegaron a Canarias 110 pateras y cayucos, casi cuatro diarios. Fue uno de los meses de más tráfico en la Ruta Atlántica desde que hay registros, con 7.270 migrantes, y uno de los más mortíferos. Las ONG Caminando Fronteras y Alarm Phone no pararon de enviar avisos y peticiones de rescate a España y Marruecos, los dos países que tienen encomendada la seguridad de esa zona marítima.
81 días en Atlántico
Por las últimas conexiones a la red recuperadas de los teléfonos de las víctimas, la Policía brasileña dedujo que el cayuco había zarpado de Mauritania el 23 de enero, 81 días antes de ser encontrado en Pará. Es el día en que partieron desde Nuadibú hacia El Hierro Sidi Daouda Sokhona, Hademou Boubou Sokhona, Demba Salou Sokhona, Diadie Demba Sokhona y Mohamed Boubou Camara.
Todos eran del pueblo de Tachott, como Ali Sokhona, un emigrante mauritano residente desde hace años en Valencia, que denunció su desaparición ante Cruz Roja Española en nombre de sus familias. Diadie es su primo hermano; el resto son parientes o amigos.
Entre los 27 móviles examinados por la Policía brasileña, hay uno que vincula a los cinco con el cayuco de Pará: un teléfono donde aún estaba abierta una cuenta de correo Gmail con la foto y los datos de usuario de Hademou Boubou Sokhona. Además, entre los contactos grabados en el aparato está el número de una tercera persona que también recurrió a Cruz Roja en busca de otro chico de Tachott.
El nombre de ese muchacho es Hayane Sokhona. No solo los conecta el número de teléfono. Es que el pariente que busca a Hayane había precisado que le consta que viajaba con Hademonu, su primo.
En los listados que recopila Caminando Fronteras a través de las familias, figura que esos jóvenes de Tachott salieron en un cayuco con un total de 55 ocupantes, todos varones mauritanos y malienses. Entre ellos, había un niño y puede que varios adolescentes.
¿Qué les pasó?
En la memoria de los diez móviles que la Policía pudo resucitar, hay más contactos, la mayoría números de Mauritania (empiezan por +222). También se recuperaron del cayuco cinco notas manuscritas, con otros números telefónicos. No han servido aún para obtener más nombres, pero para la Policía brasileña es otro hilo del que tirar.
Es imposible sobrevivir a casi tres meses en el mar sin agua ni comida, a la deriva. No quedó nadie que relate lo que sucedió a bordo, pero de nuevo los móviles contienen detalles que permiten aproximarse a los días claves de aquella travesía trágica.
La primera llamada desde el mar la hicieron el 26 enero, en el cuarto día travesía. El comunicante marcó el 112, solo una vez: estaba pidiendo ayuda a España. La Policía de Brasil piensa que fue ese día cuando rompieron el motor, pero cabe otra posibilidad.
Desde Nuadibú hay 750 kilómetros de navegación hasta El Hierro, el destino al que se dirigen desde hace dos años el 90 % de los cayucos, porque permite alejarse rápidamente de la costa de África y eludir a las patrulleras. Sin embargo, el peligro es muy alto: al oeste de El Hierro solo hay océano, una muerte segura si algo falla.
Cerca de llegar a Canarias
Un patrón de Salvamento Marítimo con experiencia en las barcos de rescate de larga distancia destinados en Canarias explica que un cayuco mauritano como ese, cargado con medio centenar de personas, suele navegar a una velocidad constante de cuatro a seis nudos (de 7 a 10 Km/h), si no tiene problemas. Eso significa que en tres días de mar, podría haber cubierto alrededor de 700 kilómetros.
¿Estaban cerca de llegar? ¿Por qué llamaron solo una vez? ¿Por una avería o porque la gente de a bordo ya veía Canarias? Puede que aún no distinguieran la costa de El Hierro, pero sí Tenerife. El Teide, con sus 3.715 metros de altitud, se ve desde el mar a 250 kilómetros.
Cuando los cayucos están cerca de aguas españolas, sus ocupantes suelen llaman para pedir rescate en cuanto pueden. Pero no había cobertura de telefonía convencional en ese punto y no insistieron ese día; no, al menos, desde ninguno de los diez móviles analizados.
Sin embargo, sí hay constancia de que alguien se puso a llamar sin parar 48 horas después, el 28 de enero. Marcó quince veces el 112 en tres días: una desesperación que sugiere que ya estaban a la deriva.
En ese momento ningún servicio de socorro los buscaba. Los familiares no dieron la alarma hasta el 4 de febrero, porque el traficante que fletó el cayuco les engañó con noticias de otras llegadas a El Hierro, haciéndoles perder nueve días que habrían resultado vitales para movilizar un avión de búsqueda de Salvamento.
En el cayuco nadie intentó llamar de nuevo después del 31 de enero. Aún tenían batería en algún teléfono, pero pocas esperanzas. Un móvil se encendió el 10 de febrero, aunque ya solo para registrar dos vídeos en los que se ve a seis hombres sentados muy juntos, siete con el que graba. No articulan palabra. Llevaban 18 días en el mar.
En los cayucos a la deriva, la deshidratación comienza a cobrarse vidas en la cuarta o quinta jornada sin agua: primero, los más débiles y los que no han parado de vomitar; luego los que han sucumbido a la tentación de beber del mar; más tarde, los que saltan por la borda en pleno delirio o los que se ahogan en el fondo de la embarcación, sin fuerzas para erguirse. Por último, los demás. Todos.
Y sus familias se quedan esperando una llamada de teléfono que ya no llegará, en manos de traficantes que alimentan durante meses el bulo de que siguen vivos en una cárcel española o marroquí, con una duda perenne, porque esos cayucos casi nunca aparecen.
Si lo hacen, a bordo solo quedará un puñado de cadáveres, los cuerpos de los últimos en morir. Como los nueve que reposan en Belém.
(Este reportaje ha sido redactado con datos de la Policía Federal de Brasil, Cruz Roja, Caminando Fronteras y la familia Sokhona)
(Los interesados en comprobar si algún allegado iba a bordo de ese cayuco pueden escribir al servicio de desaparecidos de Cruz Roja, busquedas@cruzroja.es; a la Dirección Técnico Científica de la Policía Federal de Brasil, ditec@pf.gov.br; o al teléfono de Caminando Fronteras +212694869982).