Magdalena Tsanis
Madrid, 5 mar (EFE).- En estado de duermevela, entre el sueño y la realidad, se desarrolla ‘TIM’, la nueva novela de Ray Loriga, un monólogo interior que el autor concibe como “un acto de rebeldía” en busca de una identidad propia, frente a un mundo “lleno de amenazas y fracasos”.
“Es difícil distinguir hasta qué punto tienes una identidad propia que no esté condicionada por un grupo, desde la sociedad a tu familia”, dice a EFE el escritor, “es algo que parece sagrado y natural y que nadie te puede quitar, pero te vas desgajando con las miradas de los demás”.
La pregunta es aún más pertinente en tiempos en que la IA está poniendo en entredicho lo que significa ser humano. “Hasta la parte más esencial parece posible de duplicar”, señala en referencia a la construcción de la memoria.
El narrador de esta novela, que llega el jueves a las librerías, despierta en una cama y en una habitación que no reconoce, hay algo que le impide levantarse y en ese estado de conciencia alterada empieza a hilar sus recuerdos, con una sensación de temor al mundo exterior.
“Es casi imposible, al menos en mi caso, no despertar con temor, temor a todo, a ti mismo, a tus incapacidades, a tus limitaciones y abandonar esa plácida nada que es el sueño donde, curiosamente, el cerebro sigue funcionando, proponiendo cosas, pero sin consecuencias en lo real”, dice.
Con 58 años recién cumplidos, Loriga asegura que las preguntas sobre la identidad se hacen más insistentes con la edad. “En la infancia, el momento presente lo ocupa todo prácticamente (…), la juventud suele ser una etapa de proyección, te imaginas o te deseas ver de una manera, pero es medio endeble, aspiracional”.
“Con la edad te vas dando cuenta de que no eres exactamente lo que habías imaginado o soñado y vas viendo que en la suma de lo que es vivir también hay muchas restas”.
Loriga lleva más de tres décadas escribiendo y tuvo una gran acogida desde sus primeras novelas: ‘Lo peor de todo’ (1992), ‘Héroes’ (1993) y ‘Caídos del cielo’ (1995), que le auparon como voz de la Generación X.
“He intentado que ese escritor de entonces no me dictase como tenía que ser el de después y viceversa, no quiero que el de ahora sea tan listo que le dé clases al otro, simplemente es un proceso de evolución normal”, razona.
La pasión por escribir sigue siendo la misma y, cuando hace balance, no le salen mal las cuentas. “En un oficio tan complicado, haber conseguido desarrollarme todos estos años y seguir publicando y seguir siendo traducido en otros países me sigue reconfortando”.
Desde hace cinco años, Loriga lleva un parche que le cubre el ojo derecho, una de las secuelas que le dejó un tumor que le extirparon del cerebro en noviembre de 2019 y que pudo haber acabado con su vida.
La experiencia le ha dejado una sensación aún mayor de “fragilidad y vulnerabilidad”, pero también le ha ayudado a relativizar. “Digamos que todas esas intensidades de la vida bajan un peldaño”.
En lo literario, en cambio, no cree que le haya afectado nada. “Soy el mismo escritor que era antes, durante y después, ni siquiera he salido mejor, no es una experiencia que me haya iluminado, te sigues peleando con las frases igual y sigues con las mismas dudas, no creo haber ganado ningún tipo de sabiduría, sinceramente”.
Aunque dice que el mejor consejo que le han dado en la vida es no dar consejos, en la novela da alguno, por ejemplo, sobre cuál es el momento perfecto para irse de una fiesta. “Es verdaderamente práctico, solo por eso habría que leer el libro”, bromea.
No obstante asegura que nunca ha sido “animal” de fiestas. “La mayoría de las veces que he ido a una, me he arrepentido”.