París, 26 ago (EFE).- Le Corbusier (1887-1965) nunca quiso construir edificios y, sin embargo, fue un pionero de la arquitectura moderna conocido en el mundo entero y cuyas obras ya aplicaban medidas para combatir el cambio climático, avanzándose a sus tiempos.
Este miércoles se cumplen 60 años de la muerte de este suizo naturalizado francés, cuyo nombre original es Charles-Édouard Jeanneret-Gris.
Fue «el primer arquitecto globalizado», dijo a EFE la directora de la Fundación Le Corbusier, Brigitte Bouvier, institución parisina que se encarga de preservar y dar a conocer su obra.
Un ejemplo de lucha contra la crisis medioambiental se encuentra en Asia. «En Chandigarh, la ciudad que diseñó en India tras la partición con Paquistán (en 1947), experimentó con la ventilación natural y los ‘brise-soleil’ (quiebrasoles)», expuso Bouvier.
Allí construyó el Complejo del Capitolio Chandigarh, una serie de edificios de estilo brutalista -caracterizado por su sobriedad y uso del hormigón-, donde se encuentran el Palacio de la Asamblea y el Tribunal Superior de Punjab y Haryana.
Esta edificación, junto con 16 más repartidas por siete países (Francia, Suiza, Bélgica, Alemania, Argentina, India y Japón) fueron inscritas como patrimonio mundial de la Unesco en 2016.
El hombre y la naturaleza, un todo

Más de medio siglo después, buena parte de los principios de Le Corbusier siguen vigentes. «Fue un innovador constante», afirmó Bouvier, que aseguró que «la naturaleza estaba en el centro de su vida».
Tanto es así que ya en 1933 estableció que los materiales del urbanismo eran, por este orden, «el sol, el espacio, los árboles, el acero y el hormigón armado».
De hecho, «la reflexión obsesiva sobre la luz es una de las claves de su obra», según la directora de la Fundación Le Corbusier.
Prueba de ello son la Casa Jeanneret, sede de la Fundación Le Corbusier, la Casa La Roche o la casa-taller del artista.
Los tres edificios, situados en el distinguido distrito 16 de París, al oeste de la ciudad, abundan en espacios diáfanos, largas ventanas horizontales, materiales que dan sobriedad al lugar y vegetación que se entremezcla con la vida en la casa.
Es por ello que Bouvier no duda en que Le Corbusier, de vivir hoy, sería capaz de responder a los desafíos actuales, como el efecto isla de calor, que se produce cuando las zonas con gran densidad de población experimentan temperaturas más elevadas que las zonas limítrofes, como consecuencia de la actividad humana.
Arquitecto, pero también pintor y diseñador

El joven Le Corbusier «detestaba la arquitectura», contó Bouvier. Sin embargo, Charles L’Eplattenier, su profesor en la escuela de arte La Chaux-de-Fonds (Suiza), le convenció de ello, a pesar de haberse iniciado en el grabado de relojes.
Es así como se hizo el genio, aunque nunca dejó sus amores. Por la mañana se dedicaba a pintar y escribir y por la tarde trabajaba en el estudio, en una perfecta combinación en la que pasión y profesión se alimentaban mutuamente.
También es conocido como diseñador, junto a Charlotte Perriand y Pierre Jeanneret, su primo, con los que hizo decenas de sillas, sillones, mesas y otro tipo de mobiliario.
El lado oscuro del artista
Más allá de los elogios, también hay un lado oscuro que acompaña al artista. Hay quienes lo vinculan con el régimen pro-nazi de Vichy, como denunciaron en 2019 en una tribuna en el diario francés Le Monde varios arquitectos, cineastas y profesores de universidad.
«Para construir un arquitecto necesita relación con el poder, pero no creo en absoluto que fuera fascista ni colaborador de Vichy», respondió la directora de la Fundación Le Corbusier.
Añade, además, que en 1942 «se marchó de allí» para buscar «encargos» y los encontró, de hecho, en el régimen comunista de la Unión Soviética, donde en 1935 inauguró el Centrosoyuz, situado en Moscú, un edificio que debía albergar 2.500 trabajadores provistos de servicios como restauración, salas de reunión y una biblioteca.
Otra de las polémicas es su concepción de la arquitectura a partir de la medida estándar de un hombre que midiera 1,83 metros. Un concepto, llamado Modulor, que genera hoy unas críticas «muy reduccionistas», según Bouvier.
En la ‘Unité d’habitation’, un edificio de Marsella construido en 1945, «las paredes divisorias son pizarras en las que los niños pueden decidir los dibujos a su altura», rebatió la responsable de la institución que defiende el legado del arquitecto.
Igualmente, fue alguien extremadamente terco. «Para construir hacía falta mucha tenacidad y valor, sobre todo para imponer ideas revolucionarias en su tiempo», concluyó.
Edgar Sapiña Manchado