Buenos Aires, 9 ago (EFE).- Inyecciones, exorcismos, electroshock y hasta violaciones. Así son los tratamientos de conversión de personas LGTBI que denuncia ‘Testosterona’, un híbrido entre el teatro y la investigación periodística del chileno-argentino Cristian Alarcón y que deja atónito al público cuando descubre que estos hechos siguen ocurriendo.
“Periodismo performativo”, responde Alarcón en una entrevista con EFE cuando explica qué es ‘Testosterona’, una obra que surge “de un recuerdo infantil que llega como un ramalazo después de 40 años”.
“Es el recuerdo de las inyecciones de testosterona que yo recibí entre los 6 y los 8 años en la Patagonia argentina, adonde nos habíamos exiliado de la dictadura de Pinochet”, detalla.
El periodista y escritor es director de la revista Anfibia, premio Alfaguara por ‘El tercer paraíso’ y merecedor de un Onda por el podcast ‘Sin control: el universo de Javier Milei’. Ahora ha vuelto al teatro en Buenos Aires como autor y protagonista de ‘Testosterona’, bajo la dirección de Lorena Vega y tras una primera temporada, en 2024.
Se trata de una «performance viva», que se adapta a la investigación de Alarcón y su equipo, pues va incorporando descubrimientos sobre una de las aberraciones más escondidas de la naturaleza humana, practicada a menores con el consentimiento de los padres: los tratamientos de conversión.
En 1935, la testosterona se sintetiza como hormona y “la experiencia más cruenta es en el campo de concentración de Buchenwald, donde un endocrinólogo danés experimentó con los presos homosexuales. Los alemanes (nazis) necesitaban más hombres para la guerra y se les daba la oportunidad de no morir si se transformaban en heterosexuales”, detalla Alarcón.
Este método tiene su auge en los años 60 y 70 del siglo XX: “A mí me ocurrió entre 1977 y 1979”. Alarcón era un niño, se puso un vestido de su madre y usó su maquillaje, los padres lo descubrieron y lo llevaron a un médico, quien recomendó el tratamiento.
Aquello marcó su vida, siguieron 26 años de terapia psicológica.
Sobre las secuelas, explica: “Es un efecto inmediato, una energía extraordinaria y absolutamente contradictoria porque buscaban alejarnos de nuestro objeto de deseo -que no nos gusten los hombres-, pero, en mi caso, lo que recuerdo es que era un niño absolutamente sexualizado. Eso es terrible”.
Según la investigación liderada por Alarcón, respaldada con datos médicos y estudios empíricos, “más de la mitad de las personas que pasaron por un tratamiento de conversión sufren depresiones graves, y cuatro de cada diez se autodañaron físicamente buscando la muerte”.
Iglesias evangélicas y extrema derecha

Cristian Alarcón llevó ‘Testosterona’ a Colombia y Ecuador, y las conclusiones del equipo de investigación son demoledoras: “Los tratamientos de conversión han sido muy populares y masivos».
«En Ecuador se cerraron 200 clínicas de lo que llaman deshomosexualización, donde los métodos ya no son la inyección de testosterona, sino el electroshock, la medicación psiquiátrica, el encierro compulsivo, las violaciones correctivas y los exorcismos», y «gran parte de esta campaña viene de las iglesias evangélicas de ultraderecha”, agrega el periodista.
En Argentina, un informe de la Asociación de Familiares de Familias Diversas (Afda), basado en entrevistas a víctimas actuales, indica que el 51% llegaron a los tratamientos de la mano de líderes religiosos y que se aplicó, entre otros métodos, el exorcismo.
Alarcón menciona otra encuesta realizada a 839 personas del colectivo LGTBI: «El 25%, unas 260, habían pasado por tratamientos de conversión. Otro porcentaje importante no estaba seguro si lo que les habían hecho catalogaba como tratamiento de conversión”.
La OMS, con 20 años de retraso

Si bien la Asociación de Psiquiatría de EEUU sacó de su lista de enfermedades mentales la homosexualidad en 1973, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo hizo 20 años después, por lo que -según el escritor- “las organizaciones internacionales fueron cómplices».
Los endocrinólogos empezaron a negar estas prácticas en los años 90: «les daba vergüenza», pero se siguen haciendo.
«En Rosario (Argentina) descubrimos un médico del Opus Dei que había recibido de una familia el caso de su hijo adolescente. El chico estaba siendo inyectado el año pasado”, confirma.
Alarcón dice que “la convicción religiosa conservadora es cada vez más fuerte y también los fanatismos en este mundo de bipolaridad absoluta, con el señalamiento de ‘woke’ al progresismo, que había ganado terreno», al advertir del «avance de las ultraderechas”.
Las razones de padres y madres
Los padres y las madres que autorizaban estos tratamientos estaban imbuidos por la religiosidad, pero también tenían «la convicción de que iban a tener hijos infelices».
«Un maricón hasta hace 10 o 15 años iba a ser infeliz, iba a terminar solo, iba a morir de VIH sida, no iba a tener red de apoyo ni de cuidados, no iba a tener hijos”, relata Alarcón.
El autor intentar explicar por qué los padres llegaban tan lejos: “Creían que no iban a poder soportar la vergüenza de tener un hijo homosexual. La vergüenza que trataba de ser evitada, el escarnio, la mirada del pueblo, de la Iglesia, de los parientes, de los abuelos -todavía más conservadores- importaba más que la seguridad física y psíquica de esos niños».
Y, además, contaban con «la coartada de la medicina, que les decía que estaba bien hacerlo».
«Mi madre me pidió perdón”, confiesa Cristian Alarcón a EFE entre risas y emociones. Lo hizo sobre el escenario, cuando estrenó ‘Testosterona’.
Esther Rebollo