Al Jawaya (Cisjordania), 5 jun (EFE).- En las colinas del sur de Hebrón, donde los palestinos viven asediados por colonos y hostigados por el Ejército israelí, las clínicas móviles de Médicos Sin Fronteras (MSF) se han convertido en el último recurso para cientos de personas que no pueden ir al hospital o comprar sus medicinas.
«Vivimos marginados. Si no fuera por Médicos Sin Fronteras… Dependemos de vosotros», lamenta, resignado, Ismail, un hombre de 73 años que ha venido a la clínica móvil de Al Jawaya para recoger un medicamento.
Ismail, que habla hebreo, solía trabajar en Israel, pero después de los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 los palestinos de Cisjordania ocupada dejaron de recibir permisos para cruzar a territorio israelí.
Para recibir sus medicinas, el hombre depende del Ministerio de Sanidad palestino, pero este mes no les queda inventario. Es la tercera vez que acude a MSF para conseguir medicamentos.
17 clínicas móviles

La de Al Jawaya es una de las 17 clínicas móviles que el grupo humanitario gestiona en toda la gobernación de Hebrón, en el sur de Cisjordania ocupada.
Todas funcionan de la misma manera: cada cierto tiempo, un equipo de doctores, enfermeros y trabajadores sanitarios de MSF acude, cargado de suministros, a uno de los puntos designados y monta un pequeño centro de salud temporal, donde dan servicios gratuitos durante unas horas.
Todos los suministros, incluidos medicamentos, reactivos para pruebas y material sanitario, se llevan y se recogen en el mismo día.
El proyecto nació con la pandemia de la covid, como forma de mantener el acceso a la salud de algunas de las comunidades más remotas de Cisjordania ocupada.
Pero los últimos años, llenos de ataques de colonos, restricciones al movimiento y redadas del Ejército israelí, han obligado a MSF a cuadruplicar el número de clínicas a las que dan servicio.
«Hay muchos controles militares y bloqueos de carreteras, y la gente no puede llegar a las clínicas del Ministerio de Sanidad», explica a EFE uno de los trabajadores del centro (MSF pidió el anonimato de sus trabajadores palestinos para protegerlos de posibles represalias).
El trabajador explica además que, en los últimos meses, han aumentado los casos de menores desnutridos o con anemia, ya que muchas personas han perdido su trabajo a raíz de la guerra y ahora no pueden alimentar bien a sus hijos.
«También nos llegan muchos pacientes que piden ayuda económica, paquetes de alimentos… Nos dicen que la situación es horrible, no tienen ingresos y necesitan salir adelante», asegura.
El doctor reconoce que ver las necesidades de sus pacientes y no ser capaz de ayudarles hace que el trabajo sea, a veces, deprimente. «Algunos médicos llegan a su oficina y se ponen a llorar», explica.
De las más concurridas

La de Al Jawaya es una de las clínicas móviles más concurridas y, a lo largo de una mañana, puede llegar a recibir a más de 120 personas.
«He venido por mi hija, que está un poco enferma. Le duele el estómago», cuenta Wafa, una mujer palestina de mediana edad, mientras apoya a una niña pequeña en sus rodillas.
Otra mujer, Samaher, también ha traído a su hija para que los médicos le echen un vistazo.
Las dos coinciden en que el tratamiento que reciben en la clínica, totalmente gratuito, es de buena calidad, y está cerca de su casa.
En el interior de la clínica, dos enfermeros hacen el triaje en una pequeña sala sin apenas muebles. Pesan bebés, ponen termómetros y apuntan datos en una hoja de papel.
Más atrás, los doctores pasan consulta y entregan medicamentos a los pacientes que los necesitan.
Llegan muchas mujeres con niños. Algunos hombres traen a sus madres ancianas y esperan en el patio frente a la clínica, donde una trabajadora social organiza actividades para mantener entretenidos a los más pequeños.
Historias de violencia
La tranquilidad de la escena contrasta con las historias que cuentan algunos de los pacientes.
Shuruk Ahmad, una joven de 18 años, cuenta que desde hace meses vive con sus siete hermanos y sus padres en casa de su primo, después de que el Ejército israelí demoliera el edificio en el que vivían porque su familia intentó construir una segunda planta.
Uno de sus hermanos, además, sufre secuelas tras recibir un disparo de un colono israelí que atacó a su comunidad poco después del 7 de octubre. En julio se someterá a una operación para tratar de cerrarle el abdomen, destrozado tras varias cirugías.
La joven acude a la clínica de Al Jawaya por un dolor en la garganta. Mientras espera, detalla algunos de los episodios de violencia de los que ha sido testigo en las últimas semanas.
«Las hijas de nuestros vecinos han empezado a tener ataques de nervios cuando ven a los soldados. Lloran porque tienen miedo por sus hermanos», explica la joven.
Una de sus amigas se acerca con un móvil y muestra cómo el Ejército destruye la casa de una vecina.
«Ayer vimos una escena muy dolorosa. La dueña de la casa demolida salió gritando. El soldado israelí la empujó y la tiró al suelo. Le apuntó con el arma en la cara. Quería dispararle», asegura Shuruk.
Jorge Dastis