Barcelona, 16 jun (EFE).- Hemos romantizado tanto la idea de que todas las historias deben tener un final feliz, que cuando no lo tienen, nos parecen incompletas o injustas. Eso es, probablemente, lo que siente hoy el Barça, que cerró la temporada 2024-2025 con un sabor amargo.
Cuarto en la Liga de Campeones y con la certeza de que el fin de ciclo —con hasta diez jugadores que no seguirán— ha pesado más de lo que se quiso admitir, el reinado de uno de los equipos más dominantes del último lustro en Europa, con tres ‘Champions’ en cinco años, parece haber llegado a su fin, al menos en su versión más hegemónica.
El gol del extremo alemán Tim Hornke, sobre la bocina, destronó al Barça y lo privó de luchar por su decimotercera Liga de Campeones tras caer por un apretado 30-31 ante el Magdeburgo alemán en la segunda semifinal.
Un desenlace cruel para un grupo que había aspirado legítimamente a todo y que, pese a los obstáculos y una arbitraje que le perjudicó -el Barça sufrió hasta tres expulsiones-, se entregó hasta el último aliento en busca de una nueva final.
Una temporada de señales
Durante los últimos años, el conjunto azulgrana había impuesto su ley en la Liga con autoridad y, en Europa, se había consagrado como el principal rival a batir. Sin embargo, esta temporada ha estado plagada de señales de desgaste.
Las derrotas ante el Fraikin Granollers (30-31) y el Recoletas Atlético Valladolid (26-24) que pospusieron el título liguero, así como las dudas en la eliminatoria de cuartos ante el Pick Szeged —clasificándose gracias al resultado de la ida (24-27), tras caer en el Palau Blaugrana (29-30)—, anticipaban un declive que se consumó en Colonia.
El equipo ha acusado una menor frescura en los momentos clave y una creciente dependencia de individualidades como Dika Mem, que, pese a perderse el tramo final de 2024 por una lesión en el hombro derecho, ha terminado —junto a Melvyn Richardson— como máximo goleador azulgrana en la Liga de Campeones con 76 goles. Todo ello en el contexto de una plantilla que, pese a su calidad incuestionable, ha perdido profundidad competitiva.
Las bajas acumuladas en los dos últimos veranos —especialmente la del pivote Ludovic Fàbregas, clave en ambos lados de la pista— no han sido compensadas con refuerzos del mismo nivel.
Los perfiles jóvenes llamados a asumir un rol creciente, como Javi Rodríguez o Petar Cikusa, no han terminado de dar el paso al frente que se esperaba.
Tampoco han respondido los extremos: Aleix Gómez, en quien el club depositó su confianza con una renovación hasta 2029, no ha alcanzado su mejor versión; y Hampus Wanne, tras un notable bajón posterior al Mundial, ha pasado prácticamente desapercibido en el tramo decisivo de la temporada.
La realidad que golpeó en Colonia
El club ha vivido por encima de las expectativas durante mucho tiempo, pero la difícil situación económica hace cada vez más difícil competir con los grandes de Europa que invierten sin reparos en el balonmano.
Lo que durante gran parte del curso se había logrado disimular (una rotación corta de apenas nueve jugadores, una dependencia creciente de los automatismos generados en torno al talento resolutivo de Mem, y un desgaste físico y mental acumulado tras una temporada de 59 partidos con un Mundial de por medio) terminó por aflorar en la Final a Cuatro de Alemania.
Todo ello, además, en un contexto marcado por la marcha de diez jugadores de la primera plantilla: los extremos Aitor Ariño y Hampus Wanne; los laterales Melvyn Richardson, Thiagus Petrus y Juan Palomino; el central Pol Valera; los porteros Gonzalo Pérez de Vargas y Vincent Gérard; y los pivotes Javi Rodríguez y Jaime Gallego. Un adiós colectivo que no solo ha condicionado la planificación deportiva, sino que también ha dejado una huella emocional difícil de ignorar en el tramo decisivo de la temporada.
«Teníamos un gran desafío al inicio de la temporada con el tema de las bajas. Es muy difícil que siete, ocho, nueve o incluso diez jugadores que no van a continuar sigan totalmente conectados», explicó Joan Marín, coordinador de la sección, tras la derrota ante el Nantes (30-25) en el partido por el tercer y cuarto puesto.
Una reflexión que refuerza lo dicho por el técnico Carlos Ortega, quien en una entrevista con EFE antes de viajar a Colonia reconoció que esta ha sido «la temporada más complicada» desde que tomó las riendas del banquillo azulgrana en 2021.
Se cierra así un curso de contrastes: dominio absoluto a nivel nacional, con la Liga Asobal, la Copa de España y la Copa del Rey en su haber, así como la clasificación como primero de grupo en Europa -el único equipo presente en Colonia que evitó los octavos de final-, pero también la sensación de que esta Final a Cuatro ha sido el choque de realidad definitivo para confirmar que el proyecto necesita un nuevo impulso.
Hora de reinventarse
Ese nuevo impulso comenzará este verano con la llegada de refuerzos ya confirmados como el portero islandés Viktor Hallgrímsson, el extremo español Dani Fernández y el central egipcio Seif Elderaa. A ellos podría sumarse el esperado regreso de Ludovic Fàbregas, cuyo actual club, el Veszprém húngaro, ya anunció semanas atrás su marcha.
A ellos se sumarán los regresos de los cedidos Ian Barrufet y Djordje Cikusa, llamados a aportar frescura, proyección y compromiso. Como ellos, varios talentos formados en la base están preparados para dar el salto, con el valor añadido de saber muy bien lo que representa defender el escudo azulgrana.
«Creo que sí, que el Barça tendrá un equipo mejor que el de este año. Más joven, más ilusionado, con mayor versatilidad defensiva y aire fresco», apuntó Marín.
Si será mejor o no, lo dirá el tiempo. Pero lo que no se discute es que el ciclo que ahora concluye ha sido brillante. Su final ha sido abrupto, sí. Pero ahora toca reinventarse.
Adrián Vázquez Moreno