Jose Oliva
Barcelona, 8 ago (EFE).- El escritor e historiador Xavier Martínez i Edo, autor de una guía antológica de ‘Las 70 joyas del Modernismo en Europa’, cree que «la voluptuosidad en su decoración, la luminosidad y la extravagancia» han hecho que este estilo arquitectónico tenga tanto éxito en lugares tan distantes como Oporto, Bruselas, Glasgow, Barcelona o Praga.
En ’70 viajes fascinantes a las joyas del Modernismo en Europa’ (Anaya), Martínez i Edo propone un recorrido por el espacio y el tiempo para descubrir esas «joyas» europeas de la arquitectura modernista, pero también el día a día de la sociedad de la época a través de restaurantes, cafeterías o comercios y de los diseños de objetos cotidianos como lámparas, vitrales, cerámica, mobiliario, espejos, vajillas y cuberterías.
En una entrevista con EFE, el autor confiesa que la selección y el número de obras fue totalmente «subjetiva», si bien intentó que abarcara todo el continente, fueran ejemplos cumbre del Modernismo en Europa y que fueran visitables, porque «la filosofía del libro es invitar a viajar».
A partir de su propia experiencia, el autor constata que «el Modernismo se conserva bien en todos los sitios, y un ejemplo cercano está en Barcelona, a pesar de que «con el paso de los años, lamentablemente, se han perdido algunos edificios».
Orígenes en el Arts & Craft
El Modernismo comienza, recuerda Martínez, en el Reino Unido con el movimiento del Arts & Craft, pero «curiosamente, con la excepción de Glasgow, allí no tuvo demasiada difusión, seguramente porque los modelos victorianos estaban demasiado arraigados» y desde allí la corriente siguió a Bélgica (Art Nouveau) y luego a Francia.
París, a través de sus exposiciones internacionales y como capital cultural mundial a principios del siglo XX, irradió ese nuevo estilo al resto de Europa, especialmente en algunas zonas como Viena, Praga, Budapest o Barcelona, que fue el foco difusor del Modernismo en España.
«Hay hoy mucho modernismo también en Valencia, en Astorga, León y Cantabria con Gaudí, en Melilla, en Salamanca con la Casa Lis, o en Madrid, donde hay edificios como el Palacio de Longoria, pero tuvo más fortuna en otros ámbitos como las artes aplicadas, las artes gráficas, cabeceras de revistas o en la cerámica».
Al contrario de lo que sucede con otros movimientos artísticos, el Modernismo no consiguió unificar un mismo nombre y, así, se convierte en el Art Nouveau en Francia y Bélgica, denominación que procede de una tienda; el Jugendstil en Alemania y Escandinavia, que proviene de la cabecera de una revista de la época en Múnich; Liberty en EE.UU. o Italia, que toma el nombre de unos almacenes londinenses; o Sezession en Austria.
Además de las diversas denominaciones, Martínez i Edo percibe «grandes diferencias en esta corriente artística, algo ya visible en pleno Paseo de Gracia barcelonés, donde conviven edificios tan distantes como La Pedrera y la Casa Batlló de Gaudí, la Casa Lleó i Morera de Domènech i Montaner, o la Casa Amatller de Puig i Cadafalch».
Del mismo modo, a nivel europeo, «nada tiene que ver la Escuela de Arte de Glasgow, obra maestra del Charles Rennie Mackintosh, con el Pabellón de la Secesión de Viena, que no tiene formas sinuosas ni curvilíneas, y su estilo es más geométrico, más sencillo, pero igualmente con un ánimo decorativo, o la Iglesia Azul de Bratislava».
A su juicio, el Modernismo es «el arte de la revolución industrial, porque el anhelo de estos artistas y arquitectos era trasladar esa modernidad naciente a las viviendas y a la vida cotidiana de la gente y no solo al arte, desde las cristalerías y los platos para comer hasta el papel pintado de las paredes o los radiadores».
Diversidad de usos
Hay, además, una gran variedad de usos arquitectónicos: viviendas, cafeterías, restaurantes, porque «tenemos una idea equivocada de que el Modernismo se centra exclusivamente en estas viviendas tan exóticas de la burguesía del momento, porque lo que buscaban era el arte para llegar a todas las capas de la sociedad y a todos sus vertientes: escuelas, hospitales, grandes almacenes, comercios, estaciones de metro y de tren».
Con la excepción de Barcelona, la extinción del movimiento tiene que ver, según el escritor, con la Primera Guerra Mundial, tras la cual cuando se reemprende la construcción de edificios derruidos «ya es una nueva época, una nueva etapa y es el momento del Art Decó, que se extenderá desde 1920 hasta 1939, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial».
Tras este libro, el autor prepara uno nuevo centrado en las islas de Europa, otro tema que le apasiona tanto como la arquitectura, en el que obviará las grandes islas como Sicilia, Córcega o Mallorca, «porque son muy conocidas y no hace falta tampoco escribir mucho más sobre ellas».
