Naciones Unidas, 21 sep (EFE).- La octogésima sesión de la Asamblea General de la ONU, que comienza formalmente este martes, inaugura así las celebraciones por los ochenta años de la creación de las Naciones Unidas, un aniversario de tono sombrío que llega en un momento de crisis existencial para el multilateralismo que encarna.
El secretario general del organismo, António Guterres, optimista impenitente, no se anduvo por las ramas y dijo este lunes, en un discurso para conmemorar el aniversario: «Este es el lugar donde todas las naciones, grandes o pequeñas, pueden juntarse y resolver los problemas que ninguna podría por sí sola. Y sin embargo -reconoció- los principios de las Naciones Unidas están siendo atacados como nunca antes».
El portugués enumeró los peligros: «Al tiempo en que nos reunimos, los civiles son blanco de ataques, y la ley internacional pisoteada; la pobreza y el hambre están en alza (…); el planeta arde con fuego, inundaciones y récords de calor en un caos climático. Y al mismo tiempo, nos movemos hacia un mundo multipolar, pero sin instituciones multilaterales fuertes, el multipolarismo tiene sus riesgos», advirtió.
Guterres siempre ha subrayado que las Naciones Unidas son la principal palanca para el desarrollo de los más pobres, pero no quiere resignarse a ser una gigantesca ONG, sino desempeñar también un papel político. Sin embargo, las guerras de Ucrania primero y de Gaza después han estallado durante su mandato y han puesto en evidencia la incapacidad de la ONU de ponerles freno.
EEUU, el elefante en la habitación

Además, el papel de mediación de la ONU en la resolución de conflictos está siendo socavado por el gobierno de Donald Trump, que ha arrinconado a la organización multinacional y promovido acuerdos de paz por separado (entre la India y Pakistán; entre República Democrática del Congo y Ruanda; y entre Armenia y Azerbaiyán, entre otros).
Guterres no habla con Trump -ni siquiera por teléfono- desde hace diez meses, cuando el magnate ganó las elecciones, y mañana martes tendrán su primer cara a cara, que se adivina tenso por los múltiples ataques que Trump ha emprendido contra la ONU: la salida de los acuerdos climáticos de París, el abandono de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la UNESCO y la reducción brutal de todo su presupuesto de cooperación internacional.
Y aún con todo esto, Guterres ha medido cada palabra que ha pronunciado sobre la crisis multifacética que enfrenta la ONU, cuidándose de criticar directamente al líder estadounidense, convertido así en el elefante en la habitación que todos ven y nadie nombra.
El ambivalente papel de China
Los abandonos o ataques de Trump contra la ONU significan una puesta en duda de varios de los principios pacientemente construidos durante décadas y que contaban con un consenso mundial: la generalización de las vacunas, el abandono progresivo de los combustibles fósiles, la igualdad de género y la protección a las minorías. De pronto, todos estos principios han dejado de ser universales.
Y algunos países, como es el caso de la Argentina de Javier Milei o la Hungría de Viktor Orban, se han sentido legitimados para sumarse a EE.UU. en esta renuncia a principios que ya no creen imprescindibles.
En este contexto, solo China emerge como eventual contrapeso a un Estados Unidos en retirada del multilateralismo y Pekín ha mostrado en múltiples ocasiones su voluntad de asumir un papel más protagónico, aunque su compromiso queda en entredicho en el momento de pagar sus cuotas, pues es uno de los países que más tarda en honrar sus cuentas con la ONU.
Además, la China del siglo XXI comparte algunos de los principios del multilateralismo, pero no en la cuestión capital de los derechos humanos, en la que ha demostrado ser mucho más proclive a la no injerencia en los asuntos internos de los estados, ya se trate de Birmania, Afganistán o Corea del Norte.
En resumen, la ONU que el martes empieza sus ochenta años de vida tiene por delante un futuro lleno de nubarrones y con pocas razones para el optimismo.
Javier Otazu