Al Eizariya (Cisjordania), 20 ago (EFE).- Cuando se cumplieron los 14 días que Israel dio a Mohammed Faroun para desmantelar la cafetería que regenta en Al Eizariya, echó un colchón en el suelo y durmió en el local, esperando la llegada de los equipos de demolición. Es uno de los miles de afectados por los planes de construcción israelíes al este de Jerusalén que romperán la continuidad entre el norte y el sur de Cisjordania y harán aún más difícil la constitución de un Estado palestino.
Este miércoles está prevista la aprobación final de la construcción de 3.410 viviendas en el E1, un terreno de 1.200 hectáreas al este de Jerusalén que forma parte del asentamiento israelí de Maale Adumim, el mayor y tercer más poblado de Cisjordania con sus 40.000 habitantes, además de ser ilegal según el derecho internacional.
Para ejecutar el plan, las autoridades de Israel necesitan primero sacar el tráfico palestino de la zona con una nueva carretera, cuya construcción pasa por demoler la cafetería de Mohammed (26 años) y los negocios de buena parte de sus vecinos.
«Ahora tememos que en cualquier momento vengan y empiece el proceso», cuenta a EFE en el café Mazaj, que lo regenta con su familia desde hace cinco años. Detrás tiene un mostrador lleno de heladeras que ya ha vaciado.
Mohammed explica que si no desmantela su propio negocio, las autoridades israelíes amenazan con hacerle pagar por los camiones y los trabajadores que enviarían para hacerlo: «Pago la factura de que vengan a destruir mi local».
«¡Y por la policía!», apunta, sentado a su lado, su amigo Tamer Galih (23 años). En el caso de su familia, las demoliciones ya se han producido.
En la colina tras la cafetería sólo quedan los restos aplastados de la cabaña metálica en la que vivían sus tíos, Yahya y Younis, junto a sus familias. El 4 de agosto los bulldozer israelíes la destrozaron, junto a los tanques que utilizaban para almacenar agua, sus coches y la caseta donde criaban a sus gallinas.
En las notificaciones que recibieron, la Administración Civil de Israel (el órgano a cargo de los territorios ocupados en Cisjordania) asegura que no cuentan con licencia de construcción en la zona, bajo control militar y administrativo israelí.
La ocupación de Cisjordania es ilegal según la Corte Internacional de Justicia.
El E1 y la amenaza al «sueño palestino»

La nueva carretera, que según Israel agilizará el tráfico para los palestinos, tiene a ojos de la ONG israelí Ir Amim otro efecto: sacar su tráfico del E1, ya que hasta ahora para circular entre las ciudades cisjordanas de Ramala (al norte de Jerusalén) y Belén (al sur) tenían que pasar por la carretera que bordea Maale Adumim.
Al hacer exclusivo para ciudadanos israelíes el tráfico en la carretera hasta ahora compartida, el ‘checkpoint’ militar para acceder a Jerusalén que había en esta vía podrá desplazarse a unos 14 kilómetros al este.
«La situación en el terreno será una de anexión», explica Aviv Tatarski, investigador de Ir Amim, desde un mirador a las afueras de la ciudad en el que se aprecia el tráfico común.
Tatarski asegura que expandir Maale Adumim en el E1 haría que, de acordarse una solución de dos Estados para Israel y Palestina, las autoridades israelíes defendieran no poder desmantelar el asentamiento (convertido en ciudad dormitorio de Jerusalén), escenario en el que el Gobierno palestino no aceptaría construir un estado.
Además, los asentamientos envolverían Jerusalén Este (palestina, pero ocupada por Israel desde 1967), aislándola a pesar de considerarse la capital histórica del Estado palestino.
«Hablarán de un sueño palestino y nosotros seguiremos construyendo una realidad judía. Esta realidad finalmente entierra la idea de un Estado palestino», celebraba tras la aprobación inicial del E1 el ministro ultraderechista israelí Bezalel Smotrich.
Según Tatarski, unas 3.000 personas pueden verse desplazadas sólo por la construcción en el E1. Son 24 comunidades beduinas que residen en este territorio, explican a EFE desde la Comisión de Resistencia contra la Ocupación y el Muro del Gobierno palestino.
En la colina en la que se asienta Jabal al Baba, una de las afectadas, el líder comunitario, Atallah Mazara, recibe a EFE.
«Cuando un hombre beduino pierde su casa, no se trata de perder una chabola o una tienda de campaña sino de perder mis recuerdos, mi vida, mi infancia, todo está ligado a esta casa», explica desde la entrada de su caseta techada con chapa y de paredes forradas de corcho.
No es la primera vez que las autoridades israelíes amenazan con desplazarle, pero la palabra «resistencia» vertebra su discurso y acoge sin inmutarse el nuevo plan de construcción. Vive en Jabal al Baba desde que nació hace 50 años y no planea irse.
A la espera

Cuando cae la noche en Al Eizariya, Mohammed y otros vecinos se reúnen en el taller del tío de Tamer a beber té en un improvisado círculo de sillas.
«Es la peor sensación del mundo, esperar», comenta Mohammed. A todos les han llegado notificaciones de Israel augurando la demolición de la mayoría de los negocios que hay a su alrededor y los periodos de preaviso se están cumpliendo.
Al otro lado de la calle un camión entra y sale sin parar de un vertedero. Sus dueños lo vacían porque también será demolido.
Detrás de él, en penumbra, serpentea parte de la carretera en construcción, cada vez más próxima.
Paula Bernabéu