Una clínica mexicana derriba barreras en la atención sanitaria a migrantes

Fotografía del 16 de agosto del 2025 de la propietaria y médico en jefe de la clínica Unidad Médica Bassaury, Sarahí Hernández, buscando algunos medicamentos en Ciudad Nezahualcoyotl (México). EFE/ Sáshenka Gutiérrez

Ciudad de México, 18 ago (EFE).- Desde hace 15 años, la doctora Sarahí Hernández dirige la Unidad Médica Bassaury, en Nezahualcóyotl, un municipio del central Estado de México fundado en los noventa por migrantes del interior del país, hoy un punto clave para la oleada migratoria que transita hacia EE.UU. y ve en esta clínica una alternativa de atención ante las barreras sanitarias.

Hernández afirma a EFE que es hija de los primeros foráneos que poblaron Nezahualcóyotl o Neza, como le nombra su ahora millón de habitantes, y que el afecto comunitario hacia ella y su familia nació porque, durante medio siglo, han garantizado el acceso a la salud sin importar la nacionalidad, color de piel o estrato socioeconómico.

“En 1975, cuando mi papá empezó a dar consulta solo había cuatro médicos y mucha pobreza, los partos eran en las casas, los traslados eran en bicicleta, no había nada”, sostiene en el jardín de la unidad médica, una casa que construyó y adaptó en 2009 luego de que las autoridades mexicanas intentaron clausurar las clínicas por considerarlas “patito (baja calidad) y un peligro para la sociedad”.

Actualmente, la clínica privada de Hernández es una de las 100 en Neza, y ofrece consultas por 200 pesos (unos 11 dólares), un costo cuatro veces menor que los hospitales privados, así como asistencia especializada: traumatología, ortopedia, neurología, pediatría y hasta cirugía general.

Desde hace tres años, la especialista ha atendido a decenas de migrantes que llegan a este municipio con el sueño de partir a Estados Unidos, aunque destaca que el flujo es menor desde que el presidente Donald Trump asumió el poder el 20 de enero, fecha en la que hasta mayo de este año se han registrado 113.612 migrantes que viven en México de forma irregular, y más de la mitad está en la capital mexicana o sus alrededores, en donde se ubica Neza.

En México, lamenta, los migrantes enfrentan muchas “barreras” y no pueden acceder a servicios de salud pública si no “presentan un carné”.

Las instituciones sanitarias, detalla, “no entienden que es gente que viene huyendo o fue asaltada en el camino”, o que fueron secuestrados por el crimen organizado e incluso perseguidos por la Policía, lo que les deja lesiones graves como “fracturas o amputaciones”.

“Vienen a vivir un sueño y regresan en cenizas”, sentencia sobre el caso de un joven venezolano que murió de cáncer y, además, fue secuestrado junto con otro compañero, quien lo que “más quiere es volver a casa para decirle a su gente que no vengan” a territorio mexicano.

Secuelas de la migración

Fotografía del 16 de agosto del 2025 de la propietaria y médico en jefe de la clínica Unidad Médica Bassaury, Sarahí Hernández, hablando con un paciente en Ciudad Nezahualcoyotl (México). EFE/ Sáshenka Gutiérrez

Hernádez explica que la travesía migratoria de miles de kilómetros trae secuelas a la salud, pues a su consultorio llegan personas con “desnutrición, infecciones parasitarias, intestinales, respiratorias -por el cambio de clima-, lumbalgias y casos severos de depresión”.

“Además, el sistema de salud pública no tiene ni para atender a los nacionales(…) Abren hospitales, pero no hay material necesario, la gente lleva su propio medicamento”, agregó.

Estas secuelas las vivió en carne propia su paciente, Vanessa Alejo, quien relata a EFE que desde su huida de Venezuela sufrió abusos físicos y sexuales que le hicieron querer “quitarse la vida”, aunque la idea de arribar con su hija menor a Estados Unidos la motivó a continuar.

De la mano de Sofía, su niña, Alejo cruzó la selva del Darién, donde padeció de “infecciones por consumir agua de río” y residió en “albergues con escasa atención sanitaria”.

Sin embargo, confiesa que el peligro comenzó en el sureño estado mexicano de Chiapas, donde unos hombres menores de 20 años “encapuchados y armados” la secuestraron en grupo, y le pedían por su liberación 1.600 pesos (unos 85 dólares).

“Mucha gente se quedó ahí, el que no tenía dinero no salía (…) A la gente que no pagaba, al tercer día la desaparecían”, revela sobre un país con más de 130.000 desaparecidos.

Al escuchar el testimonio de Alejo, el consultorio se inunda de silencio, pero sin titubear Hérnandez reitera su máximo aprendizaje como médica: “No somos dueños ni de la vida ni de la muerte, pero no podemos ser indiferentes al dolor del otro”.

Fotografía del 16 de agosto del 2025 de la propietaria y médico en jefe de la clínica Unidad Médica Bassaury, Sarahí Hernández (d), atendiendo a Vanessa Alejo de origen venezolano en Ciudad Nezahualcoyotl (México). EFE/ Sáshenka Gutiérrez